martes, septiembre 05, 2006

LA ENTRADA


Casi al terminar con un día normal de trabajo en el que se había afanado en la preparación del programa de trabajo que debía revisar y supervisar el Capitán Jefe de Operaciones, para poderlo enviar antes del fin de mes a la Secretaría y en el que se plasmaban todas las actividades a realizar durante los treinta días siguientes por el Batallón de Fusileros Paracaidistas, escuchó un toque de corneta sorpresivo y al cual no estaba acostumbrado, en los primeros momentos se preguntó que era o que significaba tratando de ubicarlo e identificarlo en su mente, pero cuando vio salir a algunos de sus compañeros corriendo, entendió prontamente lo que pasaba. Ese extraño toque raramente escuchado, les estaba colocando en situación de alerta.

Sin encasquetarse la gorra de cuartel salió a toda carrera de la oficina, cruzando velozmente por entre algunas barracas y el cuadro chico, viendo como ya frente a la comandancia de cada compañía se empezaban a formar las unidades. Aun cuando estaba comisionado en la Jefatura de Operaciones del Batallón y esto le permitía algunas licencias, en estos casos debía incorporarse de inmediato a recibir órdenes en su compañía. Las órdenes de operaciones iniciales son emanadas desde la Comandancia del Batallón y de inmediato, sin que exista o se sepa aun de un destino definido, es puesto a funcionar todo el engranaje que deberá tener listo el aparato operativo para el momento en que la Unidad completa, si es necesario, sea requerida para ser movilizada y para ello es necesaria la presencia de todo el personal.

El Sargento de Día rápidamente había organizado a todo el personal y sin pasar lista contaba el total de efectivos que se encontraban formados, es la forma más rápida y eficiente de saber si ya están todos presentes, al terminar de hacerlo, volteó y se cuadró dirigiéndose al sargento primero, que se encontraba parado en el primer escalón de la entrada de la barraca que albergaba simultáneamente a la Primera Sección, a la Comandancia y al deposito de la Primera Compañía.

-¡Mi sargento! ¡Personal completo! ¡Sin novedad!

El Sargento Primero, respondió al saludo descuidadamente y se dirigió directamente al grupo en formación:

-A partir de este momento nos encontramos en situación de alerta. Se suspenden franquicias y permisos hasta nuevo aviso. Preparen mochilas completas y todo mundo a ponerse botas de salto, de inmediato pasen al depósito por su arma y la dotación normal de cartuchos. Todo el personal deberá portar la canana ya abastecida y traer el casco de acero encima. Con las armas se deberán formar pabellones en el centro de cada barraca para tenerlas a la mano en caso necesario e insisto preparen sus mochilas completas. ¿Alguna pregunta?

Hizo esta última pregunta como mero formulismo pues sabía de antemano que como en todos estos casos las preguntas salían sobrando, así que todo el personal guardó silencio.

El sargento primero usualmente no acostumbraba dirigirse al personal en formación, trasmitiendo todas sus ordenes a través del sargento de día, pero en esta ocasión, cosa desacostumbrada en su manera de ser, lo había hecho, lo cual indicaba que lo que estaba sucediendo iba en serio.

Para todos los integrantes del Batallón, Este Sargento Primero era una figura muy familiar, todos le reconocían perfectamente con su uniforme muy gastado y deslavado por el uso diario y en el cual nunca portaba absolutamente ninguna insignia o grado, notándose su rango solo por las tres cintas, ya muy desteñidas por las inclemencias del tiempo, que se veían montadas en la vieja gorra de cuartel, la cual casi no se quitaba para que no se le notara la falta de pelo, de esa gorra aparte de lo que se veía, se decía que podría salir un caldo grueso y espeso, por toda la grasa que llevaba acumulada, probablemente porque nunca había pasado por el lavadero. Contraviniendo todos los reglamentos lucía un ancho y pesado bigote, muy oscuro, capricho que le era solapado aun por el mismo General, quien también, por cierto lucía un bigote muy similar, y sus botas se veían cómodas después de tanto uso, las que por algunos detalles delataban que eran de una ministración muy antigua pues la colocación de las dos hebillas en el tobillo de las mismas era algo que ya no tenían las botas del resto del personal. Todo mundo le conocía en la Unidad porque era uno de los clases de más antigüedad y entre la tropa se le llamaba el Loco, claro que sin decírselo directa y abiertamente en su cara, más valía no correr riesgos con el. Su vida personal era un profundo secreto al cual nadie tenía acceso, haciendo aun más misteriosa la imagen de este hombre. El sargento de día se cuadró nuevamente ante él y pidió permiso a continuación para que la formación se dirigiera al depósito para sacar el armamento. Todas las armas, como era costumbre en estos casos, permanecerían desabastecidas y se cargarían solo a orden expresa de la Comandancia del Batallón.

El trabajo organizativo se generalizaba en todos los puntos del cuartel: el grupo de transmisiones preparaba las estaciones PRC de intercomunicación necesarias para mantener el enlace entre el mando y las unidades operativas; la Sección Sanitaria aprestaba sus botiquines y camillas; la Sala de Doblado entraba en una actividad febril para tener listo el equipo de salto para lanzar a todo el personal si la situación así lo ameritaba, pues aun no se tenían ordenes concretas sobre la operación a efectuar. Toda actividad a realizar fuera del perímetro de la zona de barracas había sido inmediatamente suspendida y los servicios de cuartel fueron relevados por el personal de enfermos e incapacitados que se encontraban más o menos aptos, proporcionando la Sección Sanitaria una lista de todos los que tenía registrados en esa situación. Momentos más tarde aparecieron estacionados alrededor de la glorieta los camiones Dina del Segundo Batallón de Transporte Pesado, quienes se encargarían de dar a la Unidad la movilidad necesaria, esto era una indicación clara de que sí existían muchas probabilidades de que esto no fuera un mero ejercicio táctico. Poco a poco el rompecabezas se iba armando y daba muestra de que el movimiento que se estaba realizando, ya tenía un objetivo prefijado.

Era difícil que alguno de los compañeros manifestara o describiera sus emociones cuando se presentaba una situación de este tipo, inicialmente ni siquiera se sabía si se iba o no a participar en algo. En muchas otras ocasiones se les había colocado en una situación similar y después de un tiempo prudente de espera, todo regresaba a la normalidad, resultando que solo había sido un ejercicio o que la intervención no se hacía necesaria. Por otro lado el traer puesto constantemente el casco de acero y sentir sobre los hombros la canana más pesada que de costumbre, por tener adicionados los cartuchos, hacía que se recordara constantemente que algo podía pasar, sin embargo la mayoría del personal tomaba todo esto con tranquilidad y quizá lo que más les inquietaba y alteraba era la inactividad que se generaba y el aburrimiento que se sumaba a la espera, al detenerse el desarrollo de las labores habituales.

La tarde transcurrió lentamente y cuando entraron al comedor para la cena, inevitablemente en cada mesa se empezaron a hacer comentarios, acerca de lo que se podía esperar. Todos sabían que había problemas estudiantiles en la Ciudad de México, pero también se hablaba de que existían situaciones anómalas en algunas otras partes del país, convirtiéndose todo en meras especulaciones. Algunos hablaban sobre los cuerpos de granaderos de la Ciudad, considerando que eran bastante efectivos y eficientes para disolver manifestaciones por lo que creían que la posibilidad de que se les fuera a usar como suplentes de ellos eran muy remotas; algunos otros recordaban como habían sido las salidas a Morelia y Hermosillo, en las que sin más preámbulo, solo llegó intempestivamente la orden y de inmediato la Unidad fue movilizada.

Los que se encontraban sentados en la mesa del Manigüis empezaron a bromearlo y a preguntarle si no habría metido la pata otra vez al contestar el teléfono en las oficinas de la Comandancia; y los menos olvidadizos le recordaban que por su culpa, se habían visto envueltos en el rescate de unos estudiantes del Instituto de Ciencias de Guadalajara, cuando ha principios de ese año, se habían extraviado en el Izta. Este grupo de muchachos se había atrevido a hacer una ascensión sin el equipo adecuado y sin la dirección de guías experimentados en pleno mes de febrero, como si fuera solo una simpática aventurilla estudiantil. Encontrándose ya en las alturas habían sido atrapados por una tormenta de nieve, la ventisca provocó que la falta de visibilidad, la inexperiencia y las bajas temperaturas se conjuntaran para que se extraviaran y se provocara la muerte de varios de ellos. Cuando se reportó la ausencia y se lanzó la alerta, apresuradamente se dio aviso a los grupos civiles de rescate de alta montaña que inmediatamente se trasladaron a la zona de los volcanes para iniciar la búsqueda.
Estando ya ubicados en la montaña y teniendo casi a la vista los cuerpos, llegó un momento en que los rescatistas se vieron temerosos e impotentes para cruzar una peligrosa zona de grietas cubiertas de nieve reblandecida, efecto muy común en esa época del año, lo que les impedía acercarse y ponía en riesgo sus vidas. Dudando aun si continuar o no, se detuvieron en el desarrollo de la operación, sentándose a deliberar y analizar las diferentes posibilidades para seguir adelante. Terminaron dándose cuenta que tenían un buen problema enfrente, entre ellos se encontraba lo más granado del alpinismo nacional y al declararse inutilizados para seguir adelante, a alguno de ellos se le ocurrió que había que solicitar la ayuda de gente un poco más especializada en este aspecto. Después de analizar concienzudamente a quienes debían recurrir terminaron reconociendo que solo existía un grupo altamente capacitado que les podía ayudar y ese grupo solo podía ser el conformado por los paracaidistas, pues su preparación como montañistas era bien reconocida y solo ellos se podían hacer cargo de la situación, así que sin darle ya más rodeos al asunto, inmediatamente bajaron algunos de ellos a una población cercana y desde ahí después de algunos esfuerzos, lograron comunicarse telefónicamente a la Comandancia del Batallón.

Ese día, cuando sonó el teléfono, el Manigúis se encontraba de servicio en la oficina, y al contestar, después de escuchar pacientemente todo lo relacionado con lo que sucedía, les indicó e informó que solo se podía acudir en su ayuda sí la orden era girada directamente por el Estado Mayor de la Fuerza Aérea, a preguntas concretas que le hicieron, se le hizo fácil darles todos los pormenores para solucionar el asunto, incluso cortésmente les indicó con quien debían hablar y todavía les proporcionó los números telefónicos necesarios para que lo hicieran rápidamente y no perdieran más tiempo, a continuación colgó el auricular tranquilamente y se fue a sentar continuando con su trabajo como si no hubiera pasado nada. No habían transcurrido ni cinco minutos después de la primera llamada, cuando el teléfono sonó nuevamente, en esta ocasión ya era uno de los jefes del Estado Mayor de la Fuerza Aérea quien se encontraba al otro lado de la línea y estaba pidiendo hablar directa e inmediatamente con el Comandante del Batallón. En cuanto el General Hernández Toledo tomó el auricular y escuchó la voz en el otro extremo se notó su tensión, contestando con monosílabos a las indicaciones que evidentemente se le estaban dando. Todo esto sucedía pasado ya el medio día y esa tarde como sucedía invariablemente una vez a la semana, toda la gente de la Unidad se encontraba gozando de franquicia, por lo que cuando se dio el toque de alarma solo se reunió al poco personal que se encontraba repartido en todo el cuartel holgazaneando o preparándose para salir en algunas de las barracas o a lo mejor jugando en las canchas deportivas. Cuando se formó el pequeño bloque de aproximadamente treinta gentes frente al edificio de la Guardia en Prevención, El General personalmente dio las ordenes e indicaciones pertinentes para formar una patrulla y dirigirse a los volcanes para realizar el rescate de forma urgente. Inevitablemente iba a ser incorporado el Manigüis a esa patrulla después de un pequeño comentario del Comandante: ¡Pa´que se te quite lo pendejo y andes dando información a lo tarugo!

Después de recibir las instrucciones del Comandante y de equiparse con todos los arreos de alta montaña, el grupo salió en el inevitable camión Dina que ya les estaba esperando, dirigiéndose al Paso de Cortés para realizar la operación, a partir de ahí, el ascenso se continuó a pie, llegando finalmente a reunirse con los rescatistas que se encontraban en la zona de desastre. En este punto se dieron cuenta que los cuerpos de los muchachos extraviados se encontraban tristemente, demasiado cerca de los refugios. El mal tiempo les había jugado una muy mala pasada.
El Comandante de la patrulla, un capitán de transmisiones recién llegado y por cierto, sin ninguna experiencia en montañismo, platicó un poco con los montañistas que ya les esperaban impacientes, le enteraron de las dificultades encontradas, mostrándole además el panorama, que no se veía muy halagador. El capitán de inmediato y sin pensarlo mucho se apoyó en la experiencia de dos sargentos y se inició el trabajo. Sacaron algunas cuerdas, con una de ellas se ató a uno, improvisándosele un arnés, el otro extremo fue atado a otro paracaidista que serviría de poste-ancla e iría dándole cuerda, en tanto que un tercero se dio una vuelta con la misma en la cintura, sirviendo de control y también de ancla auxiliar, estos dos se sentaron en el piso, apoyándose y frenándose con los pies, mientras otros dos se mantenían cerca de ellos, previendo cualquier eventualidad. El equipo de rescate estaba listo.
El primer hombre empezó a gatear lentamente sobre la nieve floja, midiendo constantemente la profundidad con el piolet, así hasta que alcanzó el primer cuerpo. En cuanto lo hizo entraron dos hombres más tras de él, con la camilla siguiendo el sendero marcado, salieron regresando sobre sus pasos y entregaron el cadáver a los rescatistas. Así se continuó realizando esa serie de maniobras, sacando poco a poco los cuerpos de las victimas. Hasta que finalmente la operación de rescate se completó.
Pero… Si, el pero fue que todos los honores se los habían terminado llevado los seudorescatistas que aparecieron en las fotografías de las primeras planas en todos los diarios del país al día siguiente, viéndoseles sacrificadamente con las camillas en mano cargando a los jóvenes muertos. Esto era lo único que habían hecho, aparte de ubicar los cuerpos y mostrárselos a los paracaidistas para después recibirlos conforme éstos se los iban entregando uno a uno en las orillas de la zona de peligro, después de que a ellos les había dado miedo entrar.

-Si güey, pero gracias a los pendejos que te invitaron, te fuiste franco tres días, cuando regresamos- respondió el Manigüis.
-¡Pedazo de guey! ¡Fueron pocos! ¡Merecía más después de tenerte cerca y soportarte todo el mendigo tiempo que estuvimos arriba en el rescate!- le contestó riendo el otro.
-Y además te quedaste esperando el pinche reconocimiento y el homenaje que te habían prometido los de Guadalajara- comentó otro de los comensales.
-Lo bueno fue que me senté, para que no me cansara la espera- argumentó El Manigüis con su buen humor acostumbrado.
-Si cabrón, pero estabas bien emocionado, porque te iban a hacer un homenaje nacional.
-¿Qué, y ese cuando es?- preguntó un despistado de la misma mesa.

Todos soltaron la carcajada ante esta pregunta.

Las pláticas insulsas menudeaban cuando el personal estaba en situación de espera, principalmente porque se debían mantener agrupados, propiciándose más la comunicación entre todos.

El soldado salio del comedor, se levantó el cuello de la chamarra y metió las manos en los bolsillos del pantalón para soportar un poco el fresco de la noche, le estorbaba la funda metálica del marrazo y la empujó hacia atrás con el brazo, escuchó que me llamaban y volteó, viendo que se acercaba el Subteniente Reina, uno de los oficiales más jóvenes, se habían convertido en buenos amigos a través del tiempo. Se detuve un momento hasta que éste le dio alcance, continuaron caminando despacio, dirigiéndose al casino.

-¿Cómo la ves guey?

La intimidad entre el oficial y el soldado se había dado de forma natural, les acercaba la edad, pues ambos apenas rebasaban la adolescencia y desde luego les envolvía el mágico cinismo y familiaridad existente entre las tropas aerotransportadas.

-Nada, lo de costumbre, esperar
-En la mañana cuando venía para el cuartel, empezó a comentarle, los pinches estudiantes detuvieron el camión donde venía.
-¿Y que pasó?
-Nada, pensé que nos iban a bajar, pero no, solo subieron a pedir dinero para apoyar el movimiento.
-¿Venías uniformado?
-Si, pero ni me pelaron.
-Menos mal.
-Al pobre chofer si lo chingaron, le quitaron todo lo del cajón.
-Lo bueno es que era temprano, así que no ha de haber sido mucho.
-¿Crees que nos toque aquí?
-Quien sabe, solo vi a Toledo muy serio en su escritorio, hoy no tenía la puerta de su oficina cerrada.

Olvidando casi el tema del encierro, llegaron al casino, ahí se les reunió Monreal, el otro Teniente que hacia equipo con ellos.

-Parece que nos toca otra vez escribir historia.

Giró el rostro para ver al oficial y le contestó:

-¿Escribir historia mi teniente? No me hagas reír. El soldado hace la historia, para que otros la escriban a su conveniencia. Dime, tú que pasaste por las aulas del Colegio Militar, que estudiaste la historia de la guerra, platícame cuando un soldado te ha relatado la historia, en que momento el soldado te ha hablado de estrategia o de logística, aun cuando es el que más sufre las consecuencias. En que momento te enteraste de lo que sentía el guerrero griego que luchó en las Termópilas, o cuando hemos escuchado de las que pasó el centurión romano que sostenía a los Cesares y al Imperio, dime cuando hemos tenido en las manos el relato del Caballero Águila que chapoteaba entre los canales mientras defendía a la Gran Tenochtitlan cuando entraron los españoles. Andas mal mi teniente, los soldados no escribimos la historia.
-Puedes tener razón, pero nosotros finalmente somos los que le damos el sesgo a todo, nosotros la hacemos.
-Estoy y no estoy de acuerdo, si hoy se nos hace intervenir en algo, haremos solamente lo que tenemos la obligación de hacer. Cumpliremos y listo.
-Pues cumplir, es ya hacer historia.
-Te insisto, lo acepto y no lo acepto, te insisto, en ningún momento. Mira, salvo por los relatos medio novelados de algunos de esos soldados que terminan no siendo tan anónimos y que tampoco son tan ignorantes como la mayoría de la gente cree, nos vamos medianamente enterando de lo que realmente ha sucedido en los campos de batalla. Pero te insisto, ellos no están escribiendo la historia.
-¿Qué has leído?
-¡Puta! ¿Qué he leído? Mira vamos a las simplezas nuestras. Me he metido a leer toda la historia o mejor dicho, lo que algunos de los que no se si llamar soldados, han escrito sobre la Revolución Mexicana, considera que las razones ideológicas se contraponen, pero he tratado de entender la razón y la sinrazón de una lucha entre hermanos, en la cual se refleja el sentimiento de los hombres defendiendo sus ideas o sus ideales, las que se fueron conformando en nuestro suelo a través del tiempo, generadas por el hambre y las necesidades propiciadas por el avasallamiento, y que en el momento en que llegaron al enfrentamiento se fueron desviando y degenerando, dirigiéndose ahora a llenar la ambición de unos pocos, en ese momento la tropa, el soldado, el de abajo, solo formaba parte de una facción, la cual era dirigida por el convenenciero en turno.
-¡Estas atacando a nuestros héroes!
-¡No! No la jodas que ni he mencionado nombres. Tu ya estas imaginando hacia donde voy, y te adelantas.

Los tres soltaron la carcajada, aflojando un poco el momento.

-Esta bien cabrón, sigue.
-Mira, los que se levantan en los pueblos, los de huarache, los vestidos de manta, esos, a esos solo les lleva la necesidad, sus ideales son simples, formados esencialmente, te insisto, por el hambre y la necesidad. Se adhieren a los ideales manifestados por Madero, que se empiezan a manifestar después de germinar en un suelo difícil. Pero Madero falla y cuando llega al gobierno le da largas a las promesas hechas, es por eso quizá que Zapata con la idea más importante les da la razón de luchar, pelean por la tierra, por la tierra que ellos sienten que les va a alimentar.
-Sí, en eso tienes razón, ¿Pero que carajos tiene que ver con que si escriben o no la historia?
-Volvemos al inicio, ellos hacen la historia, los granitos se van acumulando, al juntarse hacen la historia, ellos pelearan en muchas grandes batallas, van a derramar su sangre, van a entregar sus vidas, pero no van a escribir la historia, simplemente la hacen. Pero finalmente los que vencen y que aparentemente convencen, son los nuevos lideres que llegan al poder, ellos son los que escribirán la historia. Y solo hasta que a alguien se le ocurre compendiar todo lo hecho, o escrito por afuerita es que aparece eso que ahora se llama la Novela de la Revolución Mexicana, es en esa parte cuando realmente la historia es escrita, pero....
-¿ya entramos con los peros?
-Si, mira el pero más grande es que esa parte de la historia, es la que no llega al pueblo, es la que no se estudia en los libros oficiales, a esa puedes tener acceso solo si tienes la curiosidad de llegar. ¿O me dirás que cuando viste la Historia de la Guerra, te dijeron que leyeras a alguno de ellos?, sinceramente no lo creo, no creo que nunca se te haya dado esa recomendación en un salón de clases. Incluso hasta cuando pasas en la escuela por la historia de la literatura, solo te llevan y te obligan a leer a los llamados grandes clásicos, pero tus grandes clásicos, los clásicos de tu país, los que te relatan los dolores y las inquietudes de tu pueblo, esos, siguen siendo ignorados, siguen guardados en el cajón, y el día que a algún maestro se le ocurre mencionarlos, entra la gran inquisición y el pobre maestro es casi quemado en leña verde.
-Tienes razón, me vas chingando.
-¿Dime entonces en que momento el soldado escribe la historia? Y lo curioso es que ciertamente el soldado es quien la hace, te darás cuenta en el futuro que, en algún momento podemos ser casi enjuiciados, pero en ese momento no nos llamaran a declarar a los soldados, se dirigirán a los grandes jefes, a nuestro jefes y te aclaro que no te lo digo porque tenga demasiadas ganas de ser juzgado, al contrario, sino porque junto con el Jefe, la Unidad completa va a ser puesta en el banquillo de los acusados, recuerda que ya medio nos pasó con la situación de Morelia. Ahora no sabemos a donde nos dirigimos, pero jura que si salimos, vamos a algo grande, y nos va a hacer daño, porque aparte tenemos el síndrome del paracaidista.
-¿El síndrome del paracaidista? A que te refieres en concreto.
-Si, mira es algo que de algún modo tu sabes, porque conoces sobre operaciones aerotransportadas, llamadas así, más por los hombres que intervienen en ellas, que por la forma en que se realizan. En todas ellas, si observas, el paracaidista carga con una especie de maldición. Siempre pierde. De una u otra forma, siempre pierde.
-No la chingues, me estas diciendo que estamos en una Unidad de perdedores.
-De alguna manera si, porque hay mil formas de perder. Primero analicemos un detalle, el paracaidista es considerado en todos los ejércitos como un gran soldado, es un soldado de elite, pero sus ventajas se convierten en desventajas. Te voy a poner una serie de ejemplos.
Cuando los americanos o los aliados, llámales como quieras, llegan a Italia, inician un avance que es casi incontenible, pero todo esto se ve frenado cuando se encuentran frente a Montecasino, ahí se encuentran atrincherados los fallmisjager, los paracaidistas alemanes, que les empiezan a hacer la vida de cuadritos a los pobres G.I. Se da una lucha despiadada y los alemanes se sostienen con un valor irrefutable, aquí viene el detalle escrito en la historia por los vencedores. Y tómalo en cuenta porque a pesar de que ya desde entonces a los paracaidistas se les considera casi unos carniceros, son carniceros que cuidan la cultura y el saber del ser humano, muy a pesar de las ordenes de sus lideres, ellos no se encuentran atrincherados en el monasterio, están en las faldas del monte, desde ahí pelean, desde ahí hacen su guerra y desde ahí se defienden. El enemigo cuando se da cuenta de su impotencia para vencerlos, ataca abiertamente la construcción, y con un bombardeo formidable el Monasterio de Montecasino es destruido despiadadamente, los paracaidistas alemanes aguantan el golpe y siguen pelando ahora dentro de las ruinas, finalmente son vencidos, aunque en realidad lo que les vence es la falta de apoyo, ya no hay quien les abastezca y les ayude. Y entonces todavía se les echa la culpa de la destrucción de una de las mayores joyas de la cultura del hombre. ¿A que te suena eso?

-Podíamos hablar de la dolorosa operación del Día D, pero saltémosla y vamos a Holanda. En un ataque planeado por Montgomery, se emplean tres divisiones de paracaidistas acompañados de la Brigada Polaca, se les lanza y otra vez dan muestras de un valor que no tiene parangón, otra vez esos hombres muestran su valer enfrentándose solos en una lucha que termina casi venciéndolos, ahí la Sexta División de Paracaidistas Ingleses es casi desaparecida, el síndrome de la victoria se funde con el síndrome de la derrota, el Mariscal Montgomery no llega, casi les abandona y la maldición del paracaidista se hace presente. Los paracaidistas americanos, ingleses y polacos son fatalmente golpeados. Se dice que de ahí nace la costumbre de que en la Boina que usan casi todos los paracaidistas en el mundo, se lleve un pequeño moño negro, en homenaje luctuoso al valor de sus hermanos caídos en la lucha, sin importar a que ejercito pertenezcan, sin importar la nacionalidad que tengan. Con esto los soldados paracaidistas crean una hermandad mundial en la que el lazo es el salto y la boina.

Luego te aparecen los franceses, ahí llegas al clímax del paracaidista vencedor y vencido. Es el ejemplo clásico, del uso que se le da al soldado preparado, primero se les encajona en Diem Bien Phu, ¿Recuerdas?, ahí les muestran claramente a los soldados del mundo lo que es soportar y mantener una lucha que desde el inicio se ve perdida, pero que no por eso deja de ser menos heroica, no corren, no huyen, aguantan, ahí se hermanan los paracaidistas coloniales franceses con los paracaidistas mercenarios de la Legión Extranjera y soportan hasta el último momento, luchando mientras ven caer a sus compañeros. En ese lugar a pesar de la derrota, se levantan como los grandes vencedores, son los hombres que entregan todo sin pedir ni dar cuartel, es la entrega total del paracaidista que no pregunta, solo cumple.
Después de esto son trasladados a Argelia, ahí van a hacer una guerra que parece guerra civil, aun cuando en realidad es una lucha independentista, otra vez el paracaidista entra a formar parte de manera relevante. Si dejamos a un lado la situación de pelea y nos inclinamos hacia la situación política, ahí nos encontramos a los paracaidistas rebeldes, los paracaidistas pensantes, los que no están de acuerdo en todo, pero que cumplen resignadamente con su deber, ahí finalmente te das cuenta que todas las unidades de paracaidistas son especiales, porque tienen al soldado que va mas allá del solo cumplir con el deber.
-pero decías que todo paracaidista es perdedor....
-Mira hay muchas formas de perder, se nos considera ganadores, se nos toma en cuenta en lo difícil, se nos lleva a donde otros no van, pero finalmente después de que cumples, eres ignorado o golpeado. Ahí es donde perdemos. Quizá por eso es que no somos totalmente aceptados por los mandos que no son paracaidistas, más de uno de ellos desearía comandar una unidad de este tipo, pero lo piensan dos veces cuando se dan cuenta del tipo de misiones que hay que cumplir, pero también lo piensan cuando ven la clase de personal que las conforma. Están acostumbrados al soldado agachón, y eso les duele.
-Nosotros somos los soldados nuevos, los que no tenemos aun una tradición que nos guié, como sucede con la infantería o la caballería, tú en el Colegio Militar fuiste hecho como oficial de infantería, cuando llegaste aquí aceptaste y adoptaste nuestra forma de ser. No es solo el uniforme lo que nos hace distintos, somos soldados distintos. Al paso del tiempo tu veras que seremos el punto de partida del nuevo soldado, de aquí se partirá para crear las nuevas unidades. Kennedy creo las unidades de Fuerzas Especiales tomando como base y ejemplo a las unidades de paracaidistas. En este momento el ejército mexicano se ve aplatanado, pero cuando el mando despierte, no le va a quedar otra más que permitirnos a nosotros ser la base de un nuevo ejército.
-Si, parece que en eso tienes razón.
-Mira, ahora los ojos se dirigen a los blindados, en este momento se empiezan a modernizar las unidades de caballería y se convierten en unidades nuevas, ahora son motorizadas, pero ahí no va a parar la cosa, llegará el momento en que también se den cuenta que el nuevo soldado es el de las alas, ese que primero muestra y prueba su valor saltando desde un avión, es el soldado que le muestra una total fidelidad a sus jefes, cuando les ve saltar junto con el. Pero aun así veras finalmente dos cosas, primero, nosotros no escribimos la historia y nuestra participación en lo que sea hará que el síndrome del paracaidista también este presente en nuestra Unidad. Mas de una vez veras como se enjuicia a un paracaidista, y aun cuando este no sea tan culpable, se le hará sentir todo el peso de la ley, que no de la justicia.

-Cabrón, menuda clase, pero lo peor es que así como se ven las cosas, parece que tienes razón.
-Al tiempo mi teniente, al tiempo.....

Hasta después de la cena, todo continuaba igual que al principio, solo esperando, los tres se entretenían con la platica y con la clásica coca cola enfrente, ocupando una de las pocas mesas existentes en el casino y que con mucha suerte habían conseguido, pues al estar todo el personal encerrado a esa hora de la noche en el cuartel, casi todos se dirigían a ese lugar. Finalmente salieron antes de que se realizara la última lista, dirigiéndose cada uno a su barraca a esperar el toque de silencio que se daba a las nueve de la noche. En la Primera Compañía cuando se pasó lista, solo hubo una orden que dio directamente el Capitán comandante y que llamó la atención de todos: Dormir con las botas puestas.

Aun no era medianoche, es más, ni siquiera supo a ciencia cierta en que momento le despertó el sonido del corneta de órdenes de la guardia en prevención que daba el toque de llamada de tropa. Al escuchar las primeras notas apagadas por la lejanía, abrió los ojos sintiendo que apenas unos minutos antes se había quedado dormido, impactándole el choque intenso de la luz de los focos suspendidos del techo cuando eran encendidos total e intempestivamente, sintiéndose medio desorientado. Entre los movimientos intempestivos los paracaidistas se atropellaban unos a otros al brincar de las literas para recoger las armas de los pabellones alineados en el pasillo central de la barraca. Salió corriendo a formar, colocándose el casco, la chamarra y la canana sobre la marcha. Momentos antes de dormir el sargento primero había pasado por cada uno de los tres dormitorios, ordenado que en caso de que formaran para salir, lo hicieran sin mochilas, así que estas se quedaron colocadas sobre los gabinetes de cada uno. Cuando salía corriendo, una de las primeras cosas que percibió en la quietud de la noche, fue que los motores de los camiones Dina estacionados enfrente, estaban en marcha, el ronroneo parejo indicaba que los estaban calentando.
Las unidades rápidamente se organizaron en el cuadro chico frente a la gran barraca de la Tercera Compañía. El General Hernández Toledo se encontraba ya en el centro del cuadro con el casco puesto, la barbillera del mismo, suelta y sosteniendo descuidadamente la carabina con una de las manos, algo muy típico en él. Los comandantes de compañía se reunieron con el y después de unas indicaciones rápidas, estos regresaron al frente de sus unidades, el capitán de la Primera, aprovechando la empatía que tenía con el sargento primero, giró la cabeza desde donde se encontraba, dirigiéndole la mirada, le hizo una seña apenas perceptible y este reaccionó de inmediato dando las ordenes para que toda la formación se movilizara al paso veloz hacia los transportes, mientras el comandante se les unía tomando el mismo paso de la formación. Cuando llegaron junto a los vehículos empezaron a trepar de forma un tanto desorganizada y además en demasiado tiempo considerando la premura, cruzando apenas las palabras necesarias para comunicarse entre si, esta costumbre disciplinaria se daba desde el entrenamiento para el salto, haciendo que la comunicación fuera exageradamente parca en palabras y muy fluida en señales corporales. Desde que se inició el toque de alerta del corneta, hasta el momento en que se empezaron a mover los vehículos con todo el personal a bordo, habían transcurrido alrededor de catorce minutos, esto era imperdonable, así que al día siguiente se la pasarían afinando y practicando el embarque y desembarque, se terminarían anulando las formaciones y los movimientos inútiles, hasta que lograron embarcar en solo minuto y medio.

Salieron del Campo Militar y los camiones empezaron a bajar por la solitaria calzada dirigiéndose al periférico, ya ahí, el convoy se detuvo, frente a una de las puertas de la Secretaría de la Defensa Nacional, desde su lugar en la caja del tercer vehículo, alcanzó a ver como el General bajaba de la cabina del primer camión, cruzaba corriendo la ancha banqueta y subía brincando ágilmente, a pesar de su edad y su poco exceso de peso, de tres en tres los escalones de las escaleras para continuar y cruzar también corriendo el patio-estacionamiento apenas ocupado por algunos vehículos en esas horas de la noche, hasta entrar y perderse en el interior del edificio, el hombre que estaba de guardia en la entrada, apenas había alcanzado a hacerle el saludo de rigor cuando distinguió el águila en la parte central del casco. Después de permanecer varios minutos en el interior, el comandante salió y regresó otra vez corriendo y en cuanto trepó para ocupar su lugar, el convoy reinició la marcha. Era curioso observar que nunca usaba el jeep que le correspondía por su rango, prefiriendo viajar siempre en el primero de los vehículos del convoy, igual a como lo hacían sus tropas.

Durante la espera, la fila de camiones había crecido, agregándose otros vehículos transportando personal de Policía Militar y además ahora les abrirían la marcha un par de motociclistas de la Dirección de Transito. Entraron nuevamente al periférico y los camiones tomaron ahora los carriles centrales de alta velocidad, la mayoría de los ocupantes, estiraban el cuello para ver el rumbo a seguir, especulando, e incluso algunos ya afirmando que íban rumbo al Aeropuerto, pero después de cruzar por bajo de uno de los primeros pasos a desnivel los transportes se desviaron y salieron al Paseo de la Reforma cruzando rápidamente por un costado del bosque de Chapultepec. Cuando pasaron por la Colonia Juárez algunos trasnochados veían rodar frente a ellos el convoy militar, extrañados por la hora y porque no eran muy comunes este tipo de espectáculos en la Ciudad de México. A bordo algunos paracaidistas continuaban aun especulando sobre su destino final, pero otros, la mayoría, ya preferían guardar silencio, brillándoles los ojos alertados, observando el paso rápido de las imágenes entre los toldos de lona que cubrían las cajas de los camiones de transporte militar.

Después de cruzar parte de las angostas calles que conforman el centro histórico de la Ciudad, hasta ese momento silencioso, solo y en penumbras, aparentemente, los camiones dieron vuelta para entrar por la calle de Argentina, ya desde ahí vieron que allá al frente, no llevaban la fiesta tan en paz. Una gigantesca pira se extendía casi de lado a lado de la calle, iluminando todo, jugueteando con las sombras en los vaivenes de las llamas, produciendo formas fantasmagóricas en movimiento, gracias al tamaño del camión de pasajeros que en ese momento ardía ya casi en su totalidad.

En cuanto se detuvo la marcha, se inició rápidamente el descenso sin que mediaran demasiadas ordenes de mando, pues en realidad fue el sonido metálico de las primeras portezuelas y tapas al abrirse y azotarse lo que les sirvió de aviso, agrupándose sin llegar a definir una formación por la rapidez de los movimientos, de inmediato se ordenó calar bayonetas y embrazando las armas iniciaron el desplazamiento al paso veloz rumbo a la gigantesca fogata que crepitaba frente a ellos.
Desde que brincó al piso sintió el olor acre de la gasolina quemada, percibiendo una gran humareda. Recién se iniciaba el desplazamiento cuando se dieron cuenta que en sentido contrario se veía venir, también al paso veloz, aunque más parecía una carrera abierta, muy desorganizadamente y casi en desbandada a una unidad de granaderos, quienes al darse cuenta que se acercaban los paracaidistas por el centro de la calle, abrieron su agrupamiento, pegándose a las paredes para permitirles el paso; al realizar los policías este movimiento, se alcanzó a distinguir a la turba de estudiantes que venía tras de ellos arrojándoles cuanto objeto tenían a la mano, principalmente piedras y ladrillos y alguna que otra botella. Los muchachos, al distinguir el contingente verde también frenaron su marcha, se les quedaron viendo, casi estupefactos e iniciaron de inmediato el retroceso corriendo, para ir a refugiarse en un intento de protección tras el camión que ardía casi bloqueando la calle, los paracaidistas llegaron a este punto y rebasaron este primer obstáculo sin mucha dificultad pues los extremos entre llamas y paredes no se encontraban bloqueados, en este lugar se produjo el primer choque al darse un ligero conato de resistencia por parte de los estudiantes.
Alcanzó a ver de reojo como la cadena describía un semicírculo y se dirigía a su cabeza, instintivamente levantó el arma para protegerse y la cadena se enroscó produciendo un fuerte ruido al chocar contra el metal del cañón, bajó el mosquetón casi a la altura de sus hombros dándole un jalón rápido, lo giró un poco y dio el primer golpe con la culata en el cuerpo del otro joven, éste soltó el aire y la cadena al mismo tiempo, iniciando su carrera de huida.
El choque cuerpo a cuerpo les detuvo momentáneamente, reiniciando los manifestantes su retirada en pocos minutos ahora si en desbandada, al darse cuenta que no podían detenerlos. Al pasar esta línea y ya sin obstáculos al frente se inicio en realidad la persecución, los manifestantes en su huida empezaron a disgregarse por diferentes calles, tratando de descontrolarlos, esto obligó a que el Batallón se dividiera en varias fracciones, las que no se alejaban demasiado del núcleo, pues éste se había concentrado en los grupos estudiantiles que a toda carrera se iban refugiando y estaban tratando de atrincherarse en el interior del edificio de San Ildefonso. Poco a poco todo el movimiento de los paracaidistas, apoyados por la policía militar y algunos policías metropolitanos se fue centrando en ese punto. Mientras no se estuvo tan cerca de la escuela, se había hecho notorio que la puerta aun se abría en momentos, para permitir la entrada de simpatizantes que venían huyendo, pero en cuanto los paracaidistas coparon la zona y se adueñaron de toda la calle, la puerta fue cerrada a piedra y lodo desde el interior y ya no permitieron la entrada de nadie más.

La situación parecía estar casi totalmente controlada en el exterior, salvo por algunos grupos de disidentes, que más que oponer resistencia intentaban huir por las calles adyacentes, perseguidos por una fracción de la Unidad al mando del General Hernández Toledo, dirigiéndose principalmente al zócalo y tomando hacia la calle de Madero. Pero el objetivo central era ahora tomar el edificio donde se encontraban refugiados y atrincherados la mayoría de los manifestantes que habían logrado entrar. El mando de los paracaidistas y de las tropas de apoyo que se encontraban frente a la puerta recayó sobre el Segundo comandante de la Unidad, este le pidió a su radio-operador que por medio del transmisor le pusiera en contacto con su comandante, solicito instrucciones y la respuesta que recibió fue corta y tajante: Había que abrir esa puerta, entrar y desalojar el edificio a como diera lugar. El Teniente Coronel pidió un megáfono, el cual le fue proporcionado en pocos instantes, ya haciendo uso de éste para amplificar su voz, invitó a los muchachos que se encontraban en el interior a que abrieran las puertas y desalojaran pacíficamente el edificio antes de que se emplearan otro tipo de métodos para hacerlo, los estudiantes que se encontraban situados en la azotea de la escuela, al escucharlo, respondieron a la invitación con burlas y mentadas de madre, acompañadas de algunas piedras y botellas con gasolina. Sobre la calle, en la acera del frente, pegados todos a las paredes, poco más de la mitad de la unidad esperaba pacientemente, esquivando con tranquilidad los proyectiles que les llovían desde las alturas. El teniente coronel hizo una nueva invitación, amenazando ya veladamente con tomar otro tipo de medidas, la respuesta que se obtuvo desde el interior fue similar a la anterior. Al no recibirse la respuesta esperada, el Segundo Comandante ordenó a la Compañía de Armas de Apoyo que le enviara un lanzacohetes, este tubo también conocido como bazuca llegó prontamente, el artillero que lo portaba era un soldado que ya antes había sido infante de marina y ahora era paracaidista, el comandante le dio tajantemente las instrucciones precisas, así que el hombre se situó en la acera de frente a la puerta, unió sus dos tubos para conformar el arma hincó una rodilla en tierra, sentándose casi sobre la pierna que quedaba en el piso, puso sobre su hombro el lanzacohetes y enconcho un poco la espalda para colocar el ojo sobre la mira. Aprovechando la figura amenazante del Marino, situado ya frente a la puerta, el hombre que iba al mando volvió a utilizar el megáfono para hacer una nueva invitación al desalojo pacifico, en ese momento una de las botellas lanzadas desde arriba, llena de gasolina y con la mecha de trapo encendida, se estrelló entre los pies del Teniente Coronel, éste permaneció impávido sin moverse de su lugar, agachó ligeramente la cabeza para verse los pies y a pesar de que sus botas quedaron llenas de combustible, por una razón inexplicable estas no ardieron, pero se encendió otra mecha, la de la cólera. Con este acto se estaba provocando que se diera la advertencia final. La decisión había sido tomada.

Después de contemplarse los pies empapados de gasolina, el Paracaidista se llevo nuevamente el megáfono a la boca y lanzó el ultimátum, advirtiendo ya que si a la cuenta regresiva de diez, la puerta no era abierta, ésta seria volada. Las burlas de quienes estaban dentro del edificio y de la azotea del mismo arreciaron, como si previeran o pensaran que el militar no tendría la osadía de hacerlo.

Al terminar de hablar esperó un momento y al darse cuenta que no habría respuesta positiva alguna de las gentes que ocupaban el interior, el Segundo Comandante le ordenó al artillero que se quitaran los seguros del lanzacohetes y que el ayudante introdujera el proyectil en el mismo, el Marino siguió las indicaciones y con toda tranquilidad en cuanto sintió el peso del cohete dentro del tubo sobre el hombro, se volvió a acomodar en el piso, pegó el ojo a la mira y apuntó hacía la puerta, hacia una de las hojas.

Desde arriba aun resonó un grito más fuerte que provocó grandes aplausos y alaridos de ovación entre sus compañeros:

-¡Pinche soldado analfabeta! ¡Enséñanos que ya aprendiste a contar!

La juventud culta y estudiosa eternamente becada de México, hacia gala de su educación frente a los ignorante “juanes”, en una provocación abierta.

Desde los edificios vecinos, principalmente desde la azotea de una editorial cercana algunos espectadores curiosos esperaban el desenlace, los fotógrafos de los diarios que se encontraban entre ellos, hacían funcionar constantemente sus cámaras, la imagen del paracaidista hincado con sus compañeros tras él, con todo y la penumbra de la noche, era demasiado clara.

El conteo empezó:
-¡DIEZ!

Cuando se escuchó la voz a través del megáfono, desde el interior del edificio partió nuevamente una cerrada ovación de burla, acompañada de nuevas mentadas de madre, mientras los aerotransportados esperaban expectantes.

-¡NUEVE!

La ovación burlona fue repetida desde dentro con cada nuevo número que el hombre decía, e incluso ya hasta guardaban silencio esperando el siguiente.

-¡OCHO!
-¡SIETE!

Conforme la numeración descendía la euforia en el interior, también iba bajando de tono.

-¡SEIS!
-¡CINCO!
-¡CUATRO!

Los paracaidistas continuaban enfrente, casi sin moverse, pacientemente pegados a la pared y sin proferir ningún sonido, totalmente silenciosos observando y esperando solo que el Marino cumpliera la orden cuando fuera emitida. La lluvia de proyectiles que salía de la azotea había ido poco a poco disminuyendo hasta que se había suspendido.

-¡TRES!
-¡DOS!
-¡UNO!

En el interior y en el exterior se hizo finalmente un silencio de presagio.

-¡FUEGO!

La voz había sido demasiado clara y se había escuchado sin nada que se le interpusiera. Se produjo un ligero chasquido cuando el dedo del Marino apretó el gatillo del arma, a continuación el rápido zumbar del proyectil al desplazarse acompañado de la línea luminosa que trazaba en su camino. Y después....... la explosión al impactarse éste en la puerta.

Se había hecho evidente que el pinche soldado analfabeta sí sabía contar y que también sabía tomar decisiones rápidas.

Aun no terminaban de caer las astillas de la puerta, cuando los paracaidistas a toda carrera ya se encontraban ocupando el patio de la escuela, seguidos por la policía militar, en tanto los granaderos dando muestras de un gran celo profesional lanzaban desde atrás algunas granadas lacrimógenas al interior, lo cual fue prontamente impedido por los militares que venían atrás, previendo más que nada el daño que podían provocar a los atacantes en el momento del desalojo; en tanto esto sucedía, algunos de los hombres de azul, en lugar de ir al frente, iban hacia atrás. El flamazo producido por la parte trasera del lanzacohetes al salir el proyectil, había vencido la cortina metálica y estrellado los cristales del aparador de la papelería que se encontraba frente a la Prepa, lo que fue aprovechado por los policías para hacerse de algunos de los juegos de plumas que se encontraban en exhibición.

Dentro del edificio los jóvenes manifestantes trataban de resistir y rechazar la entrada de los militares, principalmente los que estaban armados de garrotes y varillas, la situación era caótica, los paracaidistas respondían parando los golpes con las armas y devolviendo algunos con las culatas, pero lo que más intimidaba a los muchachos era el brillo de las bayonetas, a las cuales, se tenía estrictamente prohibido darles uso, pero esto ellos lo ignoraban. El desplazamiento fue rápidamente efectuado por pasillos y salones, en donde lo primero que se hacía era dirigirse a las ventanas para romper cristales y buscar una bocanada de aire fresco, reanimarse y limpiar de los pulmones un poco del gas de las bombas lacrimógenas lanzadas por los policías. En cuestión de minutos el edificio completo fue ocupado por los paracaidistas, incluso las azoteas. La gente a la que se detenía se le iba concentrando poco a poco en el patio, ya sin oponer resistencia.

La calma empezó a reinar en las calles que se habían desalojado un poco antes, en las bocacalles se fueron apostado parejas de paracaidistas, montando una guardia de protección en toda la zona. Sin que se supiera bien a bien de donde llegaban, fueron apareciendo unidades de infantería pertenecientes a la Segunda Brigada del Arma. Avanzaban sigilosamente conducidos por sus oficiales, mientras las tropas se pegaban a las paredes, en un desplazamiento apegado a todos los cánones militares y no cruzaban las esquinas hasta que sus exploradores no les daban la indicación de que todo estaba totalmente seguro al paso, los paracaidistas apostados a media calle con sus armas ya suspendidas del hombro, les observaban entre extrañados y divertidos, algunos de ellos incluso hasta sosteniendo ya un cigarrillo encendido entre los dedos, porque todo el perímetro estaba ya vacío y totalmente controlado.

Cuando se desalojaba el edificio, apareció acompañado de sus cámaras de televisión el hombre que daba diariamente las noticias nocturnas. Lo que había pasado esa noche se esparcía rápidamente y había que explotar la noticia. Todo había transcurrido demasiado rápido. Después de entregar el edificio y los detenidos a la policía y a los infantes, el Batallón de Paracaidistas se aprestaba a retirarse de la zona.

El tiempo parecía que les estaba jugando una mala pasada, era como si se les hubiera situado en una época lejana, hasta llevarlos a tener una extraña similitud con sus ancestros, los crueles, pero valientes guerreros aztecas, en esta lucha que se había dado en el centro de la misma gran ciudad, cruzando solo golpes con sus oponentes, en una lucha igual de fuerte y en la que como de costumbre habría vencedores y vencidos. Bajo sus pies se encontraban sepultadas las ruinas del centro ceremonial de la antigua metrópoli azteca, y a los nuevos guerreros, herederos de aquellos que también habían tomado similitud con las águilas, ahora se les volvía a dar la oportunidad de solo tomar solo prisioneros, igual que lo habían hecho aquellos guerreros. Siendo estos prisioneros, también igual que entonces, hermanos de su misma sangre, de su misma raza, igual que se había dado siempre en este altiplano en sus Guerras Floridas, antes de que llegaran los españoles a esta tierra. Ahora y siguiéndoles los pasos, habían entregado a sus prisioneros y aun no sabían la clase de sacrificio que harían los nuevos sacerdotes de Huitzilopoxtli con ellos. Los Guerreros Voladores solo habían peleado para eso, para hacer prisioneros.

Montados en sus transportes regresaron al cuartel, sucios, tiznados, sudados y cansados, para intentar dormir un rato más, cayendo la mayoría exhausta en los catres, aun vestidos. Y sí, aun también con las botas puestas.

Al día siguiente, en el Parte de Novedades que por escrito se rindió al Secretario de la Defensa Nacional, se le informaba que la puerta había sido volada probablemente con explosivos de aviación que se encontraban en el interior, en poder de los estudiantes. Con esta aseveración se hacía evidente que se estaba intentando no herir susceptibilidades, y a pesar de que durante todo el operativo se habían encontrado rodeados de periodistas y fotógrafos, los que en sus crónicas y con sus placas atestiguaban y relataban lo que había pasado, la Unidad negaba lo sucedido. El Paracaidista había sido incorporado al juego y también tenia que cargar con el estigma de la mentira. A partir de ese momento el nombre de su Comandante fue manchado y golpeado despiadadamente. Se había abierto el gran costal de la hediondez, metiéndoles en una situación que iba a dañar mucho la imagen del Ejercito Mexicano.