LA UNIDAD
¿Pa’ que preguntas, si lo que medio te he dicho, sabes que es verdad? ¿Sabes? Cuando se ha vivido una situación así, la memoria difícilmente te falla y menos te falla cuando te la refrescan siempre, a cada rato, a cada instante, cuando escuchas toda una sarta de pendejadas de todos los que no estuvieron ahí. Los primeros años te defiendes, refutas, atacas; los siguientes mejor te callas la boca, no aguantas alegar pendejadas y menos con gente pendeja que siempre siente tener la razón, aunque no comprendan, ni medianamente que fue lo que pasó. Pero en fin, aun con los riesgos que esto lleva, vamos a continuar y tú dale la forma que quieras, pero respeta todo lo que yo te diga. Y como dicen todos ustedes, los que escriben: Corrige la forma, el estilo, pero por favor no hagas correcciones de fondo. Intentare llevarte paso por paso con mis recuerdos. Pregunta, cuestiona sobre todo lo que quieras. Te aclaro que habrá gente a la que no le guste lo que vea, lo que diga, lo que escuche o lo que lea. Aclara desde el principio, que esto que te digo, de ninguna forma es una versión oficial. La Secretaria, los militares, no han dicho nada, al menos nada de lo que algunos estupidos quisieran escuchar. Lo primero es que sepas quienes éramos, porque éramos lo que éramos. Probablemente te sorprenda el darte cuenta que esos hombres vestidos de verde también son humanos, que tienen familia, inquietudes y sobretodo que no son tan ignorantes o tan bestiales como en algún momento se ha intentado hacer creer. Después de ser filiado y pasado por cajas, el sargento reclutador me condujo a la Primera Compañía, esa iba a ser mi unidad. La compañía escuela en realidad era la Tercera Compañía, pero el cupo ya estaba completo, así que los dos últimos en llegar fuimos encuadrados en la otra, en la Primera. Lo primero que se hizo fue pasarnos al depósito para recibir los uniformes que usaríamos de ahí en adelante. El depositario además de entregarme todo el equipo necesario, puso en mis manos el famoso uniforme de mis ilusiones, pero no era como el que había visto cuando entré por la guardia en prevención; éste, al igual que los otros que se veían por todos lados en el cuartel, se componía de camisola, pantalón, corbata y gorra, pero cada una de las piezas que me entregaron era de diferente color y mucho muy usadas, la camisa me quedaba corta de mangas y el pantalón demasiado grande, parecía que lo habían levantado todo de entre lo más inservible. La estampa que presentaba al ponerme todo eso no era precisamente la de un soldado muy marcial, pero en fin por algo había que empezar. Así que ya me encontraba dado de alta, ya era soldado, aunque aun no era paracaidista. De inmediato se nos incorporó en la antigüedad que estaba en entrenamiento y a la que perteneceríamos todo ese tiempo. Un sargento medio rechoncho y no muy alto se hizo cargo de nosotros, él formaba parte de los cuadros de mando de la tercera compañía y como casi todos los sargentos del Batallón, también soñaba en ser instructor de entrenamiento básico, y ahora al tenernos a nosotros bajo su tutela casi se le hacia realidad el sueño. Conforme nos dábamos de alta, él iba recibiendo a cada uno de los aspirantes que llegábamos a formar esta nueva antigüedad de paracaidistas y su obligación era adentrarnos en los principios militares, así que lo primero que hizo fue iniciarnos como soldados, tomando como base de formación en este aspecto, la escuela de infantería. Prontamente empezamos a trabajar con armamento para familiarizarnos con él, pero también había urgencia de que conociéramos, leyes, reglamentos, los rangos, los grados militares. Lo esencial era saber a quien obedecer. Pero lo que realmente aprendimos fue que habiendo más de una cinta o barra que adornara los hombros, lo único que quedaba era obedecer a todos. Pero en esto también aprendimos que en esta Unidad dentro del nivel de rangos, existía un grado más, el inexistente grado dentro del ejército, de los que llevaban Alas en el pecho. Nosotros nos encontrábamos en el nivel más bajo del escalafón o sea dentro de los que no llevaban nada ni en los hombros, ni en el pecho, que les protegiera. Al paso de los días se nos fue preparando en razón de la disciplina castrense, pero más que nada se nos fue inyectando el orgullo, la ideología y la filosofía de las tropas paracaidistas, empezando por conocer su historia. Las unidades de paracaidistas en el mundo cobran un valor relevante a raíz de su actuación en la Segunda Guerra Mundial, que es cuando realmente nacen como tales, aun cuando en algunos países ya existían desde antes. Los alemanes primero que nadie, le muestran al mundo de lo que son capaces estas tropas. Tras de ellos aparecerán los italianos, los ingleses y los norteamericanos. El general alemán Grez da una de las primeras definiciones de estos: “Lo que caracteriza al paracaidista, es que es el único soldado sin posibilidad de retirarse”. En México ocurre curiosamente que, sin ser un país con tradición belicista, muchas de sus unidades son de corte moderno y con una preparación de vanguardia, muy a pesar de lo que algunos dicen, aunque se notan siempre sus carencias de armamento y equipo. Pero esta preparación no es siempre dirigida a la agresión, y menos teniendo un vecino como el que se tiene al norte, en realidad tiende a ser más una preparación forjada para ayudar al pueblo. Esta singular tradición militar fue tomando forma en las primeras décadas del siglo veinte, cuando el ejército se fue separando de la política, así que en nada se parece a la tradición golpista del resto de los ejércitos de los países latinoamericanos. Pero aun así, esta Unidad de Paracaidistas es una de la de más antigüedad de su tipo, en América. A mediados de los cuarenta, concretamente en 1946, la Secretaría de la Defensa Nacional Bajo el mando del General de División Francisco L. Urquizo y siendo Director de Aeronáutica, el General de División Piloto Aviador Gustavo Salinas Camiña, elabora un estudio para crear una Unidad de Paracaidistas. Se convoca a oficiales y tropa de las diferentes armas y servicios que componen el ejército, presentándose voluntarios de casi todas ellas, para iniciarse en este nuevo Cuerpo que en principio dependerá de la Fuerza Aérea Mexicana. Son examinados 170 oficiales y 190 elementos de tropa, de los cuales son seleccionados 20 oficiales y 30 de tropa, los que el 1/o. de abril de 1946, son integrados en 2 grupos al mando del Capitán Segundo Plutarco Albarrán López. Para su preparación, los elegidos son enviados a la Escuela de Paracaidistas del Ejercito de los Estados Unidos, en Fort Bening, Georgia, E.U.A. donde reciben el entrenamiento. El primer grupo al mando del Capitán Albarrán López después de los saltos reglamentarios recibe las Alas que lo acredita como paracaidista el 20 de julio de 1946 y el segundo grupo al mando del Teniente de Caballería Jorge Munguía González, el 3 de agosto de ese mismo año, siendo considerados como el Pie Veterano de la especialidad en el Ejercito Mexicano. A su regreso a México, esta nueva unidad se establece en el Campo Militar de Balbuena, donde realizan un primer salto de exhibición desde aeronaves en vuelo y por primera vez sobre territorio mexicano, el 15 de septiembre de 1946, el cual les sirve como tarjeta de presentación, pasando revista de alta bajo la denominación de Compañía Mínima de Aerotropas, estableciendo su matriz en la ciudad de Puebla. A partir de este momento se inicia el reclutamiento y desde que se forman las primeras antigüedades se hace notorio que los principales voluntarios son jóvenes de procedencia civil -algo muy clásico en este ejército, en cuanto al origen de sus componentes- con buena preparación escolar y con un alto espíritu de aventura. El grupo se va incrementando poco a poco haciendo que el desarrollo y el crecimiento obliguen a diferentes reestructuraciones. El 15 de febrero de 1947, se convierte en Compañía de Aerotropas trasladándose al Campo Militar No. 1, en la Ciudad de México, D.F. En abril de 1948, la Compañía de Aerotropas deja de pertenecer a la Fuerza Aérea Mexicana y causa alta en el Cuerpo de Guardias Presidenciales. Hasta que finalmente el 15 de septiembre de 1952 se crea el Batallón de Fusileros Paracaidistas, encuadrando en su seno a tres Compañías de Fusileros, una de Armas de Apoyo y una de Servicios, siendo abanderado por el presidente Miguel Alemán Valdez y continuando al mando del ya Coronel Albarrán López. Quinientos hombres que se consideran casi elegidos del Señor. Desde su creación como Unidad activa, los Paracaidistas van formando su propia personalidad, aun cuando el tutorado ejercido entre la Fuerza Aérea y el Ejército es muy ambiguo, pues dependen de ambos para el desarrollo de sus funciones y actividades, porque en realidad son infantes movidos por aire. Pero esa personalidad se deja ver hasta en los uniformes que usan. En ocasiones especiales y principalmente para salir francos o pasar revista, visten entonces el uniforme de color beige que es el de uso común para los componentes de la Fuerza Aérea, el resto del tiempo y principalmente para el trabajo diario emplean el verde olivo, igual que el de todo el Ejercito, y aunque este uniforme es idéntico al del resto de las corporaciones, el paracaidista lo ajusta un poco más de lo normal y nunca lo almidona -costumbre muy generalizada en todas las demás unidades- así, que aunque se planche muy bien, en cuanto se lo pone, parece que ha dormido con él toda la noche anterior. Pero en realidad y gracias a la suavidad de la tela de algodón, se funde como una segunda piel al cuerpo del soldado. Otro detalle es la gorra de cuartel con su parte superior en forma de media luna y con fuelle, detalles que la hacen inconfundible, siendo usada en todo momento por todo el personal, incluyendo al que cumple los servicios, principalmente el de guardia en prevención, haciendo que con esto también, estas tropas se distingan de los demás soldados, pues en las otras corporaciones, en todos los casos se usa el casco para el cumplimiento de los mismos. La escudería junto con las botas de salto, dan la nota final de distinción, siempre se mantienen impecablemente limpias y brillantes, lo que en conjunto da finalmente una imagen de elegante descuido, haciéndoles ver de una manera muy sui generis. La imagen clásica e identificable aparece cuando el paracaidista se enfunda en su propio uniforme: El Uniforme de Salto. Vale decir que por la inevitable y siempre omnipresente influencia americana, este es idéntico al que aun en los cincuentas usaban los paracaidistas de aquel ejército. El color original usado aquí había sido el beige y después al paso del tiempo, cambia al verde olivo conservando sus características clásicas y su corte. Confeccionado en una tela satinada un poco más gruesa que la de los uniformes normales, para soportar el trato duro y el contacto constante son el suelo, sus guerreras están plasmadas de broches metálicos en lugar de botones, todos colocados en lugares estratégicos y sobre un total de once bolsas, incluidas la angosta del cuello de la guerrera y las seis grandes de parche y fuelle: dos sobre el pantalón y cuatro sobre la guerrera. Todo esto es complementado con las botas de salto, de fina piel en color café rojizo, de media caña y acordonadas en escalera hasta la parte alta, para darle firmeza y sujeción al tobillo, distinguiéndose por el casquillo en la puntera levantada singularmente como un curioso pico de pato y el corte diagonal del tacón en la unión de la suela. A todo esto se le agregan arreos y accesorios blancos cuando es usado como uniforme de gala, haciendo juego con las orejeras y la barbillera del mismo color que sujetan el casco. Sobre este uniforme se colocarán, siempre, las Alas de Plata sobre el pecho, símbolo inconfundible del Paracaidista. Pero lo que más definirá la personalidad de los componentes de este Batallón no será precisamente el uniforme que portan, será la marcada rebeldía e indisciplina mostrada por sus miembros ante las reglas y lineamientos establecidos tradicionalmente por los militares desde tiempos antiguos. Los paracaidistas de este país, herederos de un rasgo indefinible y casi acostumbrado en todas las unidades de este tipo en el mundo desde su creación, consideran vanidosamente que en todo ejército solo hay dos tipos de soldados: los que saltan y los que no lo hacen. Los primeros siempre merecen absoluta e incondicionalmente todo el respeto del mundo sin importar su grado o situación. Son Hermanos. Los segundos, bueno, a esos se les respeta siempre más o menos, dependiendo de cómo se les vea. Se siente que esta situación incluso ha sido confirmada por el Alto Mando en el momento en que debe ser elaborada la hoja de servicios que forma parte del expediente de cada militar. En esta hoja en la que en uno de los renglones por llenar dice VALOR: en la de un paracaidista se asienta a continuación claramente una sola palabra que lo define todo: COMPROBADO. En las hojas de los demás se lee solamente: POR COMPROBAR. Este pequeño detalle, existente dentro de la simpleza en su forma de pensar, les ha provocado ya demasiados problemas durante su corta existencia. Desde su creación, al regreso de Estados Unidos, fueron vistos como advenedizos en el Campo Militar a donde llegaron a habitar. La comunicación era casi nula con los vecinos, incluso su simple presencia hacía que todos sus actos se convirtieran en una relación belicosa. Eran considerados elitistas, orgullosos y demasiado pagados de si mismos, además de pendencieros, lo que por otro lado, era cierto; toda esta serie de cualidades hacía que constantemente se vieran envueltos en pleitos, siempre había soldados curiosos, pertenecientes a otras corporaciones, que intentaban comprobar si tales aseveraciones eran reales, poniendo a prueba el carácter de estos hombres. Una situación de este tipo había provocado que se les desterrara del Campo Militar y fueran reubicados en la Base Aérea de Santa Lucía, ahí fueron alojados en algunos hangares. Este tipo de construcciones que originalmente nunca fueron planeadas como alojamientos de tropa o cuarteles, permite bastante bien el paso del frío y de las corrientes de viento, así que los paracaidistas vivieron una buena temporada casi a la intemperie, en una zona que tiene fama por sus bajas temperaturas. Al estar viviendo en condiciones tan adversas se llegó a pensar que lo que el Mando deseaba era desembarazarse de ellos. Dar carpetazo al asunto y desaparecer a la unidad completa. Pero no se logró el objetivo. Se dieron algunas deserciones, pero el resto del personal aguantó el mal momento, todavía se dieron mañas para no aburrirse y de paso hacerse un poco insoportables también ahí. Así que a pesar de todo, un buen día el Alto Mando reconsideró su decisión y el 17 de enero de 1965, nuevamente fueron reembarcados de regreso al Campo Militar, el cual, por cierto, ya había sido fertilizado con la sangre de uno de ellos en un malogrado salto de exhibición un 19 de febrero. Pero ya no llegaron al mismo cómodo cuartel que habían ocupado anteriormente, ahora fueron instalados en un grupo de destartaladas barracas de madera, las cuales estaban a punto de venirse abajo, situadas frente a la Glorieta de Palomas (probable alusión a la nobleza de los futuros ocupantes) y junto a la alberca del Campo. A pesar de que la mayoría de las construcciones estaban en condiciones deplorables y otras en condiciones un poco peor que las demás, alegremente llegaron a ocupar este lugar que a todas luces era más cómodo que de donde venían, su primera labor fue dedicarse a repararlas de inmediato para hacerlas un poco más habitables. El colmo fue que la barraca central que era la de mayor tamaño y se encontraba ubicada frente al cuadro chico, todavía recibió el impacto de un jeep que no pudo frenar en la bajada tan pronunciada que existía frente a ella, haciéndole un boquete de buen tamaño y abollando algunos gabinetes y literas, pero permitiendo que con esto se mejorara la ventilación, pues en el interior olía demasiado a perro (era alojamiento de la Compañía Escuela, la Tercera Compañía). Como no existían regaderas cercanas a las barracas, la Comandancia del Campo Militar en un gesto de muy buena voluntad les permitió que usaran las de presión, que estaban instaladas en los vestidores de la alberca, por lo que desde su llegada pudieron contar con agua fría, o helada, en todo momento y según fuera el gusto o la necesidad de cada uno, apreciándose más este pequeño detalle durante la temporada invernal en que la temperatura descendía hasta abajo del cero en las madrugadas, a la hora del primer baño. Sin afectarles mayormente todas estas vicisitudes, se readaptaron nuevamente de forma rápida a su vida en el Campo, mientras continuaban reconstruyendo poco a poco sus barracas, haciéndolas ahora ya de ladrillo y cemento, pero conservando la misma imagen con sus románticos techos de dos aguas. Con su regreso recuperaron de inmediato el uso de su pista de entrenamiento. Esa misma en que el cuadro de tierra amarilla se encuentra dominado por la imagen de la simbólica torre de salto. Las calzadas y veredas del Campo Militar volvieron a ser cotidianamente cruzadas por secciones o compañías completas de "Chutes" -despectivo o admirativo con que se les conoce en el Campo desde su creación- recorriendo todo con su paso veloz característico, más abierto y elástico que el paso reglamentario, acompañándolo siempre por el conteo que marcaba el paso, ejecutado en voz alta por toda la unidad y cantado de cuatro en cuatro, enfundados en su inevitable y desteñido pantalón verde olivo de diario, con el torso desnudo y siempre usando botas en lugar de calzado deportivo, diferenciándoles aun con esto del resto de las corporaciones, con las que en algunas ocasiones se cruzaban en el camino. La rebeldía y aparente indisciplina del personal ante los oficiales, además de la mala fama creada en torno a la dureza del adiestramiento, hizo que siempre se notara la carencia de jefes y oficiales de carrera en el Batallón y aunque es una unidad en que abiertamente puede funcionar personal de todas las armas y servicios, siempre existieron huecos en todos estos niveles, obligando a que de manera natural se creara una cadena de mando en la que el personal con formación de tropa, asumiera un papel preponderante, obligando a que constantemente existieran Paracaidistas haciendo cursos de formación para ascender al grado inmediato superior en la Escuela Militar de Clases y en el Heroico Colegio Militar, donde normalmente se les preparaba en el Arma de Infantería; aunque en alguna ocasión y para poder lograr un mejor control disciplinario sobre una generación de futuros sargentos paracaidistas, la Dirección de la Escuela de Clases, de plano optó por darles el curso de formación en el Arma de Caballería, manteniéndoles bastante ocupados durante todo el año, al responsabilizarles de las monturas que les fueron asignadas, quitándose así de problemas. Todo esto, mostraba que el Batallón de Paracaidistas forjaba sus propios cuadros de clases y oficiales, llegando un momento en el que orgullosamente el mando de sus cinco compañías recaía en personal que se había creado ahí y que había ido ascendiendo por toda la escala jerárquica, desde su ingreso como meros soldados rasos, aspirantes a paracaidistas. Pero también los paracaidistas se han distinguido por tenerle bastante respeto a los pocos jefes y oficiales que voluntariamente llegan y se incorporan para compartir con ellos el temor y el cariño al salto, además de que muchos de ellos han reunido las necesarias cualidades quijotescas y de aventura, similares a las que posee el personal que van a comandar, haciendo que prontamente se hermanen con esta Unidad de Locos, de la que difícilmente separan después sus destinos, regresando a ella cada que se presenta la oportunidad. Una de las normas clásicas disciplinarias dentro de cualquier Ejercito, indica que toda falta menor debe ser sancionada con un arresto, y en el Batallón de Paracaidistas también se acostumbraron, pero muchas de esas pequeñas violaciones eran castigadas de inmediato, por tradición, con castigos físicos que incluían "lagartijas", sentadillas, abdominales, saltos en escuadra o la ineludible carrera, este tipo de sanciones eran aplicadas principalmente durante el Entrenamiento Básico, pero aun esto ha sido difícilmente asimilable y entendible para los pocos militares de carrera que vienen de otras armas. La situación de indisciplina entre la tropa Paracaidista, es en realidad algo que los detractores manejan para poder justificar el hecho de no querer reconocer abiertamente el alto índice de entrenamiento en que se encuentran siempre los aerotransportados, lo que se traduce en un alto orgullo por el espíritu de cuerpo que se manifiesta en todas sus actividades. La escondida admiración y la abierta envidia que se siente por los paracaidistas, ha hecho que en muchos aspectos, todo aquel que usa un uniforme intente imitarlos, empezando por su vestimenta. El mercado negro siempre ha cotizado alto y fuerte el precio de las botas de salto y de las casacas, así como de las codiciadas chamarras de campo. Llegó a tal grado esta situación, que hasta los policías han tratado de parecérseles poniéndole alitas a cuanto escudo tienen para ponerse en el pecho, dándose el caso de que cuando la Fuerza Aérea tomó el diseño moderno, las alas antiguas conformadas por un águila parada sobre una barra de la cual pendía un triángulo tricolor, inmediatamente fue adoptada por estos, sustituyendo el triángulo por otros emblemas más acordes a sus funciones. El colmo se dio, cuando algunos oficiales que habían pasado ocasionalmente por el Batallón en algún momento y que por alguna razón inexplicable no se habían podido integrar totalmente al mismo, trataban de formar y adiestrar a sus propios grupos de paracaidistas en las unidades a donde eran reasignados, sin lograrlo. Era difícil tratar de emular o imitar algo que ya de por sí, era difícil de describir, y por la misma razón de entender, principalmente para quienes no habían logrado convivir con ellos. Probablemente para entenderlos y comprenderlos mejor, sería necesario ver que el nivel educacional con que llegan estos hombres a darse de alta es mucho más alto que el del promedio del soldado que forma parte de todo el ejército. La mayoría llega cuando menos con estudios secundarios, hay algunos que han terminado la preparatoria e incluso hay personal que está realizando en ese momento estudios profesionales. Siendo quizá ésta, una de las causas por la que a veces se cuestionan las situaciones disciplinarias que plantean los oficiales que se han formado en unidades convencionales. Después, el entrenamiento básico de paracaidista va creando un sentido de unidad bastante cerrado, se va forjando el orgullo de formar parte de algo especial, la necesidad de permanecer y de ser les obliga a unirse, la situación que se les presenta en todos los lugares a donde llegan les hace sentirse diferentes. El hecho de que entre los mismos militares exista una marca especial para ellos, les obliga a mostrar que cada uno de sus actos es distinto, cumplen con todo, aceptan todo. Y entonces en cada misión que les es encomendada hacen notar que no son tan indisciplinados como se presume y que llevan el cumplimiento del deber hasta el extremo. El Batallón después del tropezón que había ocasionado su destierro ocasional, iba poco a poco recuperando la confianza del Alto Mando al mostrar que su capacitación y motivación le permitía moverse con relativa facilidad en cualquier circunstancia, clima o terreno, y solicitando solo el apoyo en transportación, para poder desplazarse a grandes distancias, lo que inicialmente fue aprovechado en rescates y salvamentos donde además como todo buen militar mostraban un alto espíritu de sacrificio; pero faltaba que se les mostrara confianza en otro tipo de misiones para las que también se les había adiestrado. Desgraciadamente en un país de paz, las misiones no terminan siendo las que necesariamente debe cumplir un soldado. Justificadamente para unos e injustificadamente para otros, los paracaidistas intervienen en una operación de recuperación en Ciudad Madera, Chihuahua. En este caso, y dejando fuera de este contexto toda la ideología o filiación política que haya sido la motivante del hecho, un grupo de alzados debidamente armados, sitia y ataca a un reten militar establecido en esa Ciudad con relativo éxito, adueñándose de él, el Alto Mando al ser enterado de la situación recurre a la única unidad que cuenta en ese momento con los atributos de rapidez y movilidad necesarios, para el caso, sin titubear los paracaidistas toman el reto y son lanzados en el punto, recuperando la plaza sin mayores problemas, mostrando un alto grado de disciplina y entrega durante el operativo. Morelia. Unos años después. Cruzan la ciudad en un desfile nocturno, impresionante aun para ellos mismos, escuchándose en las calles solo el apagado ruido sordo producido por las suelas de hule de las botas de salto al asentarse en el asfalto con el paso acompasado de un Batallón que se muestra rígidamente disciplinado. ¿La Misión? Llegar a poner el orden en una ciudad copada por estudiantes, a los cuales las fuerzas policiales no pueden controlar. Real o no real, la situación se presenta como un movimiento político que se dice pone en peligro las instituciones y al cual hay que poner fin. Sin que la situación llegue a tener mayores consecuencias, se desocupan las instalaciones tomadas de la Universidad y se entrega al gobierno una ciudad pacificada. Para que los paracaidistas recuperaran totalmente la confianza del Alto Mando necesitaban mostrar que estaban bien dirigidos y por ende bien lidereados. El liderazgo casi siempre es ejercido de manera natural por los miembros más prominentes o capaces de un grupo, y esta Unidad no es la excepción. Cuando el nuevo soldado, aspirante a paracaidista, llega al Batallón y se le inicia en el adiestramiento básico, primero va a temer, posteriormente a odiar y luego a admirar a su instructor conforme pasan los días, llega incluso a tener en él una fe y una confianza ciega, siguiéndole y cumpliendo las ordenes sin chistar -quizá por eso, durante todo ese tiempo, al aspirante le llaman perro-, poco a poco va entendiendo y asimilando que los conocimientos que éste le transmite, están encaminados esencialmente a conservarlo con vida, y después a que se de cuenta que solo no podrá hacer nada, siempre necesitará el apoyo y la ayuda de sus compañeros, primero con los que forma la Antigüedad y después de los que forman la Unidad. Conforme transcurre el proceso de formación se va dando cuenta y aceptando que hasta los castigos físicos que le son impuestos por el instructor y que la mayoría de las veces comparte con todos sus compañeros de generación, son con el fin de incrementar su resistencia de cuerpo y mente. El día que el futuro paracaidista llega por primera vez a la escalerilla del avión, el tipo que le dirige y le supervisa en ese momento es el mismo que le ha formado física y moralmente, ese al que reconoce como su líder. Este líder ha ido armando y reafirmando su posición ante sus gentes todos los días, haciendo constantemente, diariamente, de día y de noche, algo que muchos otros consideran innecesario: Trabajar y convivir siempre con ellos y junto a ellos, sin importar el tiempo o el momento, bueno o malo, él esta ahí, existe para sus hombres. Pero esta situación no es solo privativa del instructor de paracaidistas, en cuanto los paracaidistas recién graduados se incorporan a sus respectivas unidades, se dan cuenta que ese mismo trabajo de conjunto lo realizan los comandantes de pelotón, sección, compañía y batallón, los que siempre actúan conjuntamente con sus hombres, consiguiendo formar una real y autentica cadena de liderazgo que se complementa y se termina fundiendo en una sola cadena de mando. Quizá esta sea la razón por la que el paracaidista sigue fiel, ciega y disciplinadamente a sus comandantes. La situación desde el inicio se presentó difícil para mi compañero y para mi, vivíamos entre graduados, los perros de la tercera formaban parte de una de las dos antigüedades que estaban en preparación, los que eran parte de la más adelantada, los comandaba otro sargento al cual apenas veíamos, igual que a ellos. Siempre se les veía apresurados, entraban y salían corriendo, como un manojo de nervios mal atado. Empecé a conocer la presión de los servicios nocturnos o de fin de semana, los que diariamente tenían que ser cubiertos en la Primera Compañía por los dos aspirantes que ahí existíamos durante los escasos tiempos libres que nos dejaba el adiestramiento, todo esto siempre en beneficio del graduado, pues todos ellos sabían que Dios al crear el mundo, haciendo uso de su gran magnificencia, también había creado en ese momento al "Perro", principalmente para cubrir los servicios de cuartel incómodos y liberar a los veteranos de estas dolorosas y molestas obligaciones. Todo lo que había pasado en el Pentatlón era nada comparado con lo que empecé a vivir aquí, llegue sintiéndome militar, en realidad no lo era, allá medio se hacían algunos servicios; aquí, se hacían los servicios; allá había situaciones o cosas que se veían muy difíciles de realizar, aquí, al ser de todos los días simplemente se hacían, allá jugábamos a los soldaditos, aquí era Militar. Un amigo que había pasado ya por estas filas, un día me comentó cuando le vi: -nunca digas que eres o que vienes del Pentatlón cuando estés en entrenamiento, ni se te ocurra, porque te ira como en feria- y me callé la boca, entre estos no valía para nada la presunción. Me encontraba ahora entre hombres que mostraban su valía, sintiéndose extremadamente orgullosos del uniforme que portaban. El primer día, ya dentro del Campo Militar, cuando me iba acercando por la calzada, no se veía nada más, todo estaba rodeado y enmascarado por árboles, altos, grandes, añosos. Se alcanzaba a oír apenas el siseo producido por el suave paso del viento entre ellos y los trinos de algunos pájaros, todo lo demás era silencio, al dar la vuelta a una ligera curva que obligaba a rodear una alberca solitaria de aguas no muy claras, lo primero que distinguí al frente, fue un letrero colgado en la parte más alta de la entrada a la Glorieta de Palomas( paradójico nombre en un cuartel cuyo símbolo de los ocupantes es el águila), en el frente de la lamina que lo constituía y que daba hacia la calzada, solo humildemente decía con blancas letras sobre fondo azul marino: BATALLÓN DE PARACAIDISTAS, a un lado del mismo tenía un gran circulo enmarcando un paracaídas. Poco después descubriría que en la parte de atrás, la que era distinguible desde todos los ángulos visuales del Campo Militar dada la altura en que se encuentra situada la glorieta, existía otra frase que más humildemente rezaba: POR AQUÍ HAN PASADO LOS MEJORES HOMBRES. Estaba a punto de transformarme en Soldado de Fuerza Aérea Paracaidista. |
3 Comments:
La misma pero con nuevo nombre
He leido detenidamente tus post, y no puedo hacer otra cosa mas que felicitarte, tanto por lo que vivivste como por tu forma de describirlo. Espero que sigas contándonos mas aventuras y desventuras de un paracaloco.
Saludos, Bro!
Bonjorno, rpadies.blogspot.com!
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