jueves, enero 14, 2010

LA CAIDA DE LUCIO CABAÑAS.

En 1967 aparece en la sierra del Estado de Guerrero, uno de los grupos guerrilleros más pesados y fuertes que se han dado entre todas las seudoguerrillas mexicanas, éste es comandado por Lucio Cabañas, quien es, de algún modo, el sucesor de Genaro Vázquez Rojas el otro gavillero que había operado años antes en esa misma zona. Esta será una de las campañas más intensas en que le tocará participar a partir de 1970, a la Brigada de Fusileros Paracaidistas recién creada en los primeros días del 69.


Lucio Cabañas Barrientos aparece como líder desde que se encuentra estudiando la carrera de maestro en la Normal de Guerrero, participando en movimientos estudiantiles en diversas partes del País, en 1962 es elegido secretario general de la Federación de Estudiantes Campesinos Socialistas de México . Al terminar sus estudios, la primera plaza que recibió fue en Mezcaltepec, municipio de Atoyac, a 100 kilómetros de la Sierra. Posteriormente es cambiado a Atoyac, en donde se hace líder magisterial, representando a los maestros de la zona. En 1965, se le cambia al Estado de Durango y ahí continúa con un agresivo manejo político, hasta que por su participación en el movimiento del Cerro del Mercado contra el gobernador Alejandro Páez Urquidi, es devuelto a su lugar de origen.

En 1960 conoce a Genaro Vázquez Rojas cuando éste organizaba la Asociación Cívica Guerrerense. Lucio Cabañas, por su parte, crea el Partido de los Pobres como forma de organización política, estudiantil y campesina y aun cuando no comulga totalmente con las ideas de la Liga 23 de Septiembre, mantiene una relación bastante estrecha con los líderes de ésta.

En 1967, los maestros encabezados por Lucio se enfrentan a tiros con policías de Atoyac de Álvarez. Después de esto, Cabañas escapa hacia la sierra con el grupo que le acompaña, declarándose abiertamente insurrecto, entrando de lleno a la lucha armada. Entre sus primeras actividades da prioridad a los secuestros, en los cuales cobra fuertes sumas de rescate. Entre sus victimas incluye al gobernador de Guerrero Rubén Figueroa, reteniéndolo por más de 100 días. Su otro entretenimiento es atacar principalmente a las fuerzas policíacas.

El engreimiento clásico que se da en este tipo de líderes, le hace pensar que está listo para llevar a cabo verdaderos enfrentamientos militares e inicia el 25 de junio de 1972 con una emboscada a un convoy militar, registrándose diez muertos y 18 heridos del Ejercito. El 23 de agosto de ese mismo año Lucio Cabañas con su guerrilla asestaba un segundo golpe al ejército en Arroyo Oscuro.

En 1970, la recién creada Brigada de Fusileros Paracaidistas recibió la orden de ayudar a controlar los operativos subversivos de Cabañas en la Sierra de Guerrero. Siendo enviado inicialmente el Segundo Batallón para entrar en acción y cumplir esa misión primaria.

Desde el inicio de las operaciones, el clima y el medio ambiente se muestran demasiado agresivos con los Paracaidistas, los que, al no existir antecedentes de una operación similar en México, habían sido enviados con todo su equipo reglamentario encima. Al empezar a moverse las primeras patrullas de reconocimiento en la sierra, los chutes resienten el peso y el estorbo del exceso de material que cargan sobre los hombros, así que cuando aparecen los primeros helicópteros de abastecimiento, ellos empiezan a enviar de regreso todo lo que esta de más, poco a poco empiezan a desaparecer, primero las mangas de hule que por estorbosas y engorrosas nunca se usan ni aun bajo el peor aguacero; se regresan capotes, hace tanto calor que nadie los necesita; se deshacen de los cascos, se va el correaje de las cananas, y empiezan a crear escuela cuando dejan de usar las insignias metálicas, que al simple brillo o contraste llaman demasiado la atención y sirven inevitablemente para marcarlos como blancos de los francotiradores.

Los Paracaidistas se adecuan rápidamente al terreno y al tipo de lucha que deben realizar. Cambian la cantimplora de agua por el guaje que es más manejable, al darse cuenta que éste tiene más capacidad y conserva el agua totalmente fresca. Entre lo que se regresa van algunos inútiles artículos de aseo, como los rastrillos, y las barbas empiezan a crecer, los uniformes se destiñen por el sol y la intemperie, el verde olivo y el camuflaje casi se pierden, ahora usan gorras con visera o sombreros de lona. La imagen de estos hombres cambia de forma radical, son militares por tradición, convicción y formación, pero nuevamente muestran que tienen el gran poder del mimetismo y adecuación que solo se da entre los animales selváticos y salvajes o entre los verdaderos soldados. Gracias a la rebeldía innata mostrada a los cánones preestablecidos que tantas veces se les ha echado encima, los Paracaidistas se confunden con el terreno fácilmente y operan como guerrilleros, pero actúan mejor que ellos gracias a su disciplina. A tal grado llega su capacidad de adaptación, que se hace evidente que con esto se está creando una nueva escuela de lucha dentro del ejército.
Los operativos que realizan los Paracaidistas en este tiempo son fuertes y certeros, es la respuesta a los ataques despiadados de los presuntos guerrilleros, quienes igual atacan convoyes policiales que poblaciones, causando bajas entre civiles y uniformados. A raíz de los ataques a las unidades militares, los Paracaidistas empiezan a responder colocando vigilantes armados sobre sus unidades, la efectividad de los aerotransportados crece y vuelven a mostrar su arrojo y valentía al exponerse abiertamente a la mira de los francotiradores. Pero ahora que ya es necesario, se da la respuesta rápida de fuego, cosa que sorprende a muchos, principalmente porque hasta hace relativamente poco tiempo había existido la orden tajante de llevar las armas descargadas y no responder el fuego hasta tener bajas por bala.

Los dos Batallones de Paracaidistas que conformaban la Brigada empezaban a alternar su permanencia en la sierra, unos meses unos, y otros meses otros. La lucha se recrudecía y las bajas se daban inevitablemente en ambos bandos. La base de operaciones había sido establecida en la 27 Zona Militar con sede en El Ticui, Guerrero, aunque para los Paracaidistas ese cuartel era solo un punto de referencia en el teatro de operaciones. Se habían acostumbrado ya a moverse constantemente por toda la zona, pernoctando donde les agarrara la noche. Habían pasado más de dos años de lucha.
Se habían realizado mucho operativos, los cuales cuando casi tenían éxito y estaban a punto de llegar al objetivo, eran frenados por el Mando Supremo para evitarse problemas, consiguiendo solo una frustración constante entre los Paracaidistas. Pero en el mes de septiembre de 1972, después de los ataques a los convoyes militares una orden llega “desde arriba”. Finalmente el Señor Secretario ordena que sea liquidada la guerrilla. El problema se había dejado crecer demasiado por el Gobierno del Estado de Guerrero, consintiéndoles todo lo que hacían para evitar censuras, y las fuerzas del Gobierno Federal que se encontraban destacadas en la Sierra empezaban a ser el hazmerreír de los grupos izquierdistas. 
Con el apoyo que les proporciona la Fuerza Aérea, los Paracaidistas prontamente delimitan el área que encierra la zona controlada por los guerrilleros y entonces… Inician operaciones y abren su área de influencia.

En el mes de mayo de 1973 los Paracaidistas después de una escaramuza, logran detener a “Rutilio”, uno de los lugartenientes de Cabañas, el hombre había sido herido durante el combate, que como de costumbre ha sido bastante encarnizado, pero antes de morir informa que éste se esconde en la Sierra de San Luís, Guerrero. El Batallón se desplaza rápidamente hacía esa zona y en el operativo se detienen más gentes que proporcionan más información. Los mandos se aprestan de inmediato y con la movilidad y celeridad que les caracteriza, los Paracaidistas calladamente rodean el lugar. En esta nueva refriega mueren tres más de los lugartenientes del guerrillero.
El cerco se sigue cerrando y en un intento de frenar la persecución, los guerrilleros secuestran al Gobernador del Estado de Guerrero, Rubén Figueroa en junio de 74. La persecución arrecia y el acoso por parte de las aerotropas es incesante, toda la sierra se ha convertido en una zona de lucha constante. El guerrillero y su gente se encuentran ya en una huida desesperada, acuciada por el miedo, pero los perros de la guerra no le dan oportunidad de alejarse demasiado, no se encuentran lejos, estan en el cerro de Achotla dentro del mismo municipio de Tecpan de Galeana, es ya septiembre. En una ranchería cercana denominada “los Corrales” son detenidas 5 gentes que informan que Cabañas ha huido, corriendo a ocultarse, al Otatal en Tecpan de Galena. La seguridad de tenerlo ahí hace que los Paracaidistas se dividan en dos columnas para rodearlo en la clásica pinza, cerrando la zona y bloqueando totalmente las salidas. A ellos no les van a enseñar a luchar.
El cerco funciona y no sale nadie. Los insurrectos se parapetan en el Otatal. Y al no tener otra opción y sentir la cercanía de los Paracaidistas, inician el fuego con desesperación, este es contestado casi de inmediato. El combate se intensifica y la pinza continúa cerrándose.

Finalmente la balanza se inclina y hay desconcierto entre las filas de los rebeldes. Entre ellos corre rápidamente el rumor: Lucio Cabañas ha muerto. Su líder ha caído combatiendo. Es el 2 de diciembre de 1974.

Posteriormente y como de costumbre, en muchos de los medios, principalmente en los de izquierda, se hablara de represión y asesinato. Pero no se reprime ni se asesina a quien pelea y ataca con las armas en la mano.

Desde luego, y como ha ocurrido en muchas otras ocasiones, los Paracaidistas callan, pero están concientes de que una vez más han cumplido con la misión asignada.

sábado, noviembre 28, 2009

EL PARACAIDAS

Como todas las cosas que parecen extrañas, el nacimiento del paracaídas suele situarse en China, donde aparentemente se realizaban saltos desde una torre con algo similar a un paraguas.
El siguiente antecedente comprobable aparece en Milán. Leonardo da Vinci entre sus múltiples inventos muestra el primer diseño grafico de un paracaídas de forma piramidal. En el año 852 se registra que otro inventor, el árabe Abulqásim Abbás Ibn Firnás realiza en Córdoba, España el primer salto desde una torre, ayudado de una enorme lona, sufriendo algunas heridas.

El hombre tendrá que esperar casi 800 años, para que los intentos se reinicien. En 1617 Fausto de Veranzio (croata veneciano), después de examinar los bocetos de da Vinci, construye su propio paracaídas de forma rectangular, sujetándolo al cuerpo por medio de cuatro líneas en forma de arnés, al que llamó Homo Volans (el volador) y salta desde una torre. Esto lo había presentado veinte años antes en su libro "Machinae Nova". Sin embargo es al francés Louis-Sébastien Lenormand a quien se atribuye el primer descenso observado con un paracaídas, al saltar en desde la torre de Montpellier frente a una multitud en 1783, utilizando un paracaídas de 14 pies con un marco de madera rígida, además se considera que él creó el término parachute (del griego para - "En contra", y el francés chute - "Caída"), en español: paracaídas. En 1785 otro francés, Jean Pierre Blanchard, construyó el primer paracaídas para empacar con cúpula de seda, dejando caer un perro desde un globo.

Pero es al frances André Jacques Garnerin (1769 - 1823) al que se considera como el primer paracaidista de verdad. El 22 de octubre de 1797, hace su primer salto de exhibición desde un globo de hidrógeno a 350 m de altitud sobre París, Francia, con miles de personas observándolo en el parque Monceau, utilizando un paracaídas hecho de seda y el que tenía un poste de sostén del que pendía una cesta, la que oscilaba violentamente como péndulo de reloj porque el paracaídas no tenía orificios de ventilación, y el aire debía escapar por un lado y después por el otro. Garnerin realizó numerosos saltos, entre ellos uno de 8.000 pies de altura (aproximadamente 2.430 metros) sobre Londres con un paracaídas con campana de seda de unos 7 metros de diámetro. En 1804, Jerôme Lalande, que había visto los saltos de Garnerin ideo la válvula o abertura superior, con lo que consiguió reducir las oscilaciones.

La esposa de Garnerin, Genevieve Labrosee fue la primera mujer en saltar en paracaídas, en el año 1798 y su sobrina Elisa saltó 40 veces entre 1815 y 1836.

En 1808, Judaki Kuparento es el primer hombre que usa el paracaídas como salvavidas, saltando sobre Varsovia desde su globo que se estaba incendiando. Pero en 1837, Roberto Cocking es victima del primer accidente fatal en la historia del paracaidismo, al saltar desde 5.000 pies con un paracaídas que había construido en forma de cono invertido.

En 1885, Thomas Balwing inventó el arnés.

Sobre el primer salto desde un avión en vuelo, existen dos versiones, una señala a Grant Morton como el primero, y la otra menciona al Capitan Albert Bery, del Ejército de los Estados Unidos, con el primer descenso exitoso desde un avión el 1° de marzo de 1912. La primera caída libre, es con un salto de apertura retardada en 1914.

El paracaídas más conocido es el redondo y fue el más usado durante el siglo XX; es un velamen con forma de paraguas utilizado para reducir la velocidad de una persona o un objeto que cae por el aire, siendo capaz de sostener importantes pesos. Inicialmente se fabricaba con seda, pero a mediados de la Segunda Guerra Mundial cuando las principales zonas productoras de seda estaban en poder del Japón, los aliados los construyeron de nylon.

Los paracaídas triangulares o en forma de delta se inventaron a mediados de los 1950 como paracaídas direccionables, utilizándose posteriormente para aterrizajes de las cápsulas espaciales del programa Gemini estadounidense a mediados de los 1960s. Los paracaídas rectangulares que poseen bastante capacidad de planeo y dirección fueron inventados durante la Guerra Fría para permitir operaciones sorpresivas de las fuerzas comando.

Un paracaídas de uso normal es un velamen de 7,3 m de diámetro, construido con cerca de 25 paneles de nylon o seda. En la parte superior tiene un pequeño agujero en el centro, unido por bandas elásticas, el cual al abrirse el paracaídas permite la salida del aire, minimizando el campaneo durante el descenso. Las líneas o cuerdas del paracaídas están unidas a las costuras de los paneles, conectándose en sus extremos a dos aros metálicos, los cuales se unen al arnés. El arnés es una estructura resistente, también de nylon, que pasa sobre los hombros, alrededor del cuerpo y entre las piernas. El paracaídas se dobla de forma compacta guardándose en una bolsa de lona, esta se ha diseñado para que se abra de un solo golpe con la ayuda de unas bandas de goma y cintas de algodón que son tiradas por una cuerda de cierre denominada cordón de apertura o cinta estática. Los paracaídas de apertura manual utilizados para salto libre también están equipados con otro de menor tamaño, que sale despedido del paquete al tirar del cordón de apertura y que arrastra al paracaídas principal, ayudados por unos resortes metálicos.

El diseño de los paracaídas ha sido mejorado a través del tiempo, controlando la velocidad de descenso, el efecto del viento y manteniendo la estabilidad según el peso y la forma del objeto que transportan. Otros paracaídas especiales se utilizan para decelerar naves espaciales, cohetes experimentales, aviones y coches deportivos.

Los paracaídas deportivos son rectangulares o de forma elíptica con dos capas de tela, una superior (extrado) y otra inferior (intrado) unidas en segmentos verticales de tela que separan el ala en celdas. La mayoría de estos son de 9 o 7 celdas. Una variedad de alto performance son los llamados "Cross Braced", donde cada celda es subdividida. Por el lado frontal (borde de ataque) existen bocas que permiten al paracaídas llenarse de aire y ponerse rígidas formando el ala en si. La parte posterior (borde de fuga) está cerrada para impedir la salida del aire. Se construyen en dos tipos de tela que pueden ser combinadas: la F-111 o porosa y la ZP o de cero porosidad. Los conductores son las cuerdas o líneas que el paracaidista sujeta con la mano y jala cambiando el ángulo posterior izquierdo o derecho del paracaídas; jalando los dos al mismo tiempo el paracaídas frena su velocidad horizontal y vertical por breves momentos antes de entrar en pérdida o "stall". En los paracaídas de alto performance el tirar los dos conductores al mismo tiempo cuando el paracaídas avanza a máxima velocidad puede producir incluso el ascenso del ala y el paracaidista. Los principios de los paracaídas de salto B.A.S.E. y tandem son los mismos pero con las variantes necesarias.

Un paracaidista se lanza desde el avión uniendo el cordón de apertura al mismo, y tras un intervalo de 3 segundos el paracaídas se abre. Esto permite al paracaidista alejarse lo suficiente del avión, lo que le asegura que este no estorbe la apertura del paracaídas. Una vez abierto, se desciende a unos 5,2 metros por segundo, llegando al suelo con un impulso menor que si hubiera saltado desde una altura de 3 metros.

En la II Guerra Mundial, se generalizó el uso de paracaídas por cuerpos especiales militares, los que eran lanzados desde aviones de transporte. En muchas ocasiones la altura de vuelo era pequeña y se usaban paracaídas que se abrían automáticamente al saltar mediante grandes cintas unidas al avión de transporte. En esta misma guerra se empiezan a utilizar para dejar caer equipo pesado, como tanques, camiones y cañones. La tela de un paracaídas de equipamiento pesado puede llegar a medir hasta 30 m de diámetro.

viernes, octubre 06, 2006

LA UNIDAD


¿Pa’ que preguntas, si lo que medio te he dicho, sabes que es verdad?

¿Sabes? Cuando se ha vivido una situación así, la memoria difícilmente te falla y menos te falla cuando te la refrescan siempre, a cada rato, a cada instante, cuando escuchas toda una sarta de pendejadas de todos los que no estuvieron ahí. Los primeros años te defiendes, refutas, atacas; los siguientes mejor te callas la boca, no aguantas alegar pendejadas y menos con gente pendeja que siempre siente tener la razón, aunque no comprendan, ni medianamente que fue lo que pasó.

Pero en fin, aun con los riesgos que esto lleva, vamos a continuar y tú dale la forma que quieras, pero respeta todo lo que yo te diga. Y como dicen todos ustedes, los que escriben: Corrige la forma, el estilo, pero por favor no hagas correcciones de fondo.

Intentare llevarte paso por paso con mis recuerdos. Pregunta, cuestiona sobre todo lo que quieras. Te aclaro que habrá gente a la que no le guste lo que vea, lo que diga, lo que escuche o lo que lea. Aclara desde el principio, que esto que te digo, de ninguna forma es una versión oficial. La Secretaria, los militares, no han dicho nada, al menos nada de lo que algunos estupidos quisieran escuchar.

Lo primero es que sepas quienes éramos, porque éramos lo que éramos. Probablemente te sorprenda el darte cuenta que esos hombres vestidos de verde también son humanos, que tienen familia, inquietudes y sobretodo que no son tan ignorantes o tan bestiales como en algún momento se ha intentado hacer creer.

Después de ser filiado y pasado por cajas, el sargento reclutador me condujo a la Primera Compañía, esa iba a ser mi unidad. La compañía escuela en realidad era la Tercera Compañía, pero el cupo ya estaba completo, así que los dos últimos en llegar fuimos encuadrados en la otra, en la Primera. Lo primero que se hizo fue pasarnos al depósito para recibir los uniformes que usaríamos de ahí en adelante. El depositario además de entregarme todo el equipo necesario, puso en mis manos el famoso uniforme de mis ilusiones, pero no era como el que había visto cuando entré por la guardia en prevención; éste, al igual que los otros que se veían por todos lados en el cuartel, se componía de camisola, pantalón, corbata y gorra, pero cada una de las piezas que me entregaron era de diferente color y mucho muy usadas, la camisa me quedaba corta de mangas y el pantalón demasiado grande, parecía que lo habían levantado todo de entre lo más inservible. La estampa que presentaba al ponerme todo eso no era precisamente la de un soldado muy marcial, pero en fin por algo había que empezar. Así que ya me encontraba dado de alta, ya era soldado, aunque aun no era paracaidista.

De inmediato se nos incorporó en la antigüedad que estaba en entrenamiento y a la que perteneceríamos todo ese tiempo. Un sargento medio rechoncho y no muy alto se hizo cargo de nosotros, él formaba parte de los cuadros de mando de la tercera compañía y como casi todos los sargentos del Batallón, también soñaba en ser instructor de entrenamiento básico, y ahora al tenernos a nosotros bajo su tutela casi se le hacia realidad el sueño. Conforme nos dábamos de alta, él iba recibiendo a cada uno de los aspirantes que llegábamos a formar esta nueva antigüedad de paracaidistas y su obligación era adentrarnos en los principios militares, así que lo primero que hizo fue iniciarnos como soldados, tomando como base de formación en este aspecto, la escuela de infantería. Prontamente empezamos a trabajar con armamento para familiarizarnos con él, pero también había urgencia de que conociéramos, leyes, reglamentos, los rangos, los grados militares. Lo esencial era saber a quien obedecer. Pero lo que realmente aprendimos fue que habiendo más de una cinta o barra que adornara los hombros, lo único que quedaba era obedecer a todos. Pero en esto también aprendimos que en esta Unidad dentro del nivel de rangos, existía un grado más, el inexistente grado dentro del ejército, de los que llevaban Alas en el pecho. Nosotros nos encontrábamos en el nivel más bajo del escalafón o sea dentro de los que no llevaban nada ni en los hombros, ni en el pecho, que les protegiera.

Al paso de los días se nos fue preparando en razón de la disciplina castrense, pero más que nada se nos fue inyectando el orgullo, la ideología y la filosofía de las tropas paracaidistas, empezando por conocer su historia.

Las unidades de paracaidistas en el mundo cobran un valor relevante a raíz de su actuación en la Segunda Guerra Mundial, que es cuando realmente nacen como tales, aun cuando en algunos países ya existían desde antes. Los alemanes primero que nadie, le muestran al mundo de lo que son capaces estas tropas. Tras de ellos aparecerán los italianos, los ingleses y los norteamericanos. El general alemán Grez da una de las primeras definiciones de estos: “Lo que caracteriza al paracaidista, es que es el único soldado sin posibilidad de retirarse”.

En México ocurre curiosamente que, sin ser un país con tradición belicista, muchas de sus unidades son de corte moderno y con una preparación de vanguardia, muy a pesar de lo que algunos dicen, aunque se notan siempre sus carencias de armamento y equipo. Pero esta preparación no es siempre dirigida a la agresión, y menos teniendo un vecino como el que se tiene al norte, en realidad tiende a ser más una preparación forjada para ayudar al pueblo. Esta singular tradición militar fue tomando forma en las primeras décadas del siglo veinte, cuando el ejército se fue separando de la política, así que en nada se parece a la tradición golpista del resto de los ejércitos de los países latinoamericanos. Pero aun así, esta Unidad de Paracaidistas es una de la de más antigüedad de su tipo, en América.

A mediados de los cuarenta, concretamente en 1946, la Secretaría de la Defensa Nacional Bajo el mando del General de División Francisco L. Urquizo y siendo Director de Aeronáutica, el General de División Piloto Aviador Gustavo Salinas Camiña, elabora un estudio para crear una Unidad de Paracaidistas. Se convoca a oficiales y tropa de las diferentes armas y servicios que componen el ejército, presentándose voluntarios de casi todas ellas, para iniciarse en este nuevo Cuerpo que en principio dependerá de la Fuerza Aérea Mexicana. Son examinados 170 oficiales y 190 elementos de tropa, de los cuales son seleccionados 20 oficiales y 30 de tropa, los que el 1/o. de abril de 1946, son integrados en 2 grupos al mando del Capitán Segundo Plutarco Albarrán López. Para su preparación, los elegidos son enviados a la Escuela de Paracaidistas del Ejercito de los Estados Unidos, en Fort Bening, Georgia, E.U.A. donde reciben el entrenamiento.

El primer grupo al mando del Capitán Albarrán López después de los saltos reglamentarios recibe las Alas que lo acredita como paracaidista el 20 de julio de 1946 y el segundo grupo al mando del Teniente de Caballería Jorge Munguía González, el 3 de agosto de ese mismo año, siendo considerados como el Pie Veterano de la especialidad en el Ejercito Mexicano.

A su regreso a México, esta nueva unidad se establece en el Campo Militar de Balbuena, donde realizan un primer salto de exhibición desde aeronaves en vuelo y por primera vez sobre territorio mexicano, el 15 de septiembre de 1946, el cual les sirve como tarjeta de presentación, pasando revista de alta bajo la denominación de Compañía Mínima de Aerotropas, estableciendo su matriz en la ciudad de Puebla.

A partir de este momento se inicia el reclutamiento y desde que se forman las primeras antigüedades se hace notorio que los principales voluntarios son jóvenes de procedencia civil -algo muy clásico en este ejército, en cuanto al origen de sus componentes- con buena preparación escolar y con un alto espíritu de aventura. El grupo se va incrementando poco a poco haciendo que el desarrollo y el crecimiento obliguen a diferentes reestructuraciones.

El 15 de febrero de 1947, se convierte en Compañía de Aerotropas trasladándose al Campo Militar No. 1, en la Ciudad de México, D.F. En abril de 1948, la Compañía de Aerotropas deja de pertenecer a la Fuerza Aérea Mexicana y causa alta en el Cuerpo de Guardias Presidenciales.

Hasta que finalmente el 15 de septiembre de 1952 se crea el Batallón de Fusileros Paracaidistas, encuadrando en su seno a tres Compañías de Fusileros, una de Armas de Apoyo y una de Servicios, siendo abanderado por el presidente Miguel Alemán Valdez y continuando al mando del ya Coronel Albarrán López. Quinientos hombres que se consideran casi elegidos del Señor.

Desde su creación como Unidad activa, los Paracaidistas van formando su propia personalidad, aun cuando el tutorado ejercido entre la Fuerza Aérea y el Ejército es muy ambiguo, pues dependen de ambos para el desarrollo de sus funciones y actividades, porque en realidad son infantes movidos por aire. Pero esa personalidad se deja ver hasta en los uniformes que usan. En ocasiones especiales y principalmente para salir francos o pasar revista, visten entonces el uniforme de color beige que es el de uso común para los componentes de la Fuerza Aérea, el resto del tiempo y principalmente para el trabajo diario emplean el verde olivo, igual que el de todo el Ejercito, y aunque este uniforme es idéntico al del resto de las corporaciones, el paracaidista lo ajusta un poco más de lo normal y nunca lo almidona -costumbre muy generalizada en todas las demás unidades- así, que aunque se planche muy bien, en cuanto se lo pone, parece que ha dormido con él toda la noche anterior. Pero en realidad y gracias a la suavidad de la tela de algodón, se funde como una segunda piel al cuerpo del soldado.
Otro detalle es la gorra de cuartel con su parte superior en forma de media luna y con fuelle, detalles que la hacen inconfundible, siendo usada en todo momento por todo el personal, incluyendo al que cumple los servicios, principalmente el de guardia en prevención, haciendo que con esto también, estas tropas se distingan de los demás soldados, pues en las otras corporaciones, en todos los casos se usa el casco para el cumplimiento de los mismos. La escudería junto con las botas de salto, dan la nota final de distinción, siempre se mantienen impecablemente limpias y brillantes, lo que en conjunto da finalmente una imagen de elegante descuido, haciéndoles ver de una manera muy sui generis.

La imagen clásica e identificable aparece cuando el paracaidista se enfunda en su propio uniforme: El Uniforme de Salto. Vale decir que por la inevitable y siempre omnipresente influencia americana, este es idéntico al que aun en los cincuentas usaban los paracaidistas de aquel ejército. El color original usado aquí había sido el beige y después al paso del tiempo, cambia al verde olivo conservando sus características clásicas y su corte. Confeccionado en una tela satinada un poco más gruesa que la de los uniformes normales, para soportar el trato duro y el contacto constante son el suelo, sus guerreras están plasmadas de broches metálicos en lugar de botones, todos colocados en lugares estratégicos y sobre un total de once bolsas, incluidas la angosta del cuello de la guerrera y las seis grandes de parche y fuelle: dos sobre el pantalón y cuatro sobre la guerrera. Todo esto es complementado con las botas de salto, de fina piel en color café rojizo, de media caña y acordonadas en escalera hasta la parte alta, para darle firmeza y sujeción al tobillo, distinguiéndose por el casquillo en la puntera levantada singularmente como un curioso pico de pato y el corte diagonal del tacón en la unión de la suela. A todo esto se le agregan arreos y accesorios blancos cuando es usado como uniforme de gala, haciendo juego con las orejeras y la barbillera del mismo color que sujetan el casco. Sobre este uniforme se colocarán, siempre, las Alas de Plata sobre el pecho, símbolo inconfundible del Paracaidista.

Pero lo que más definirá la personalidad de los componentes de este Batallón no será precisamente el uniforme que portan, será la marcada rebeldía e indisciplina mostrada por sus miembros ante las reglas y lineamientos establecidos tradicionalmente por los militares desde tiempos antiguos. Los paracaidistas de este país, herederos de un rasgo indefinible y casi acostumbrado en todas las unidades de este tipo en el mundo desde su creación, consideran vanidosamente que en todo ejército solo hay dos tipos de soldados: los que saltan y los que no lo hacen. Los primeros siempre merecen absoluta e incondicionalmente todo el respeto del mundo sin importar su grado o situación. Son Hermanos. Los segundos, bueno, a esos se les respeta siempre más o menos, dependiendo de cómo se les vea. Se siente que esta situación incluso ha sido confirmada por el Alto Mando en el momento en que debe ser elaborada la hoja de servicios que forma parte del expediente de cada militar. En esta hoja en la que en uno de los renglones por llenar dice VALOR: en la de un paracaidista se asienta a continuación claramente una sola palabra que lo define todo: COMPROBADO. En las hojas de los demás se lee solamente: POR COMPROBAR.

Este pequeño detalle, existente dentro de la simpleza en su forma de pensar, les ha provocado ya demasiados problemas durante su corta existencia. Desde su creación, al regreso de Estados Unidos, fueron vistos como advenedizos en el Campo Militar a donde llegaron a habitar. La comunicación era casi nula con los vecinos, incluso su simple presencia hacía que todos sus actos se convirtieran en una relación belicosa. Eran considerados elitistas, orgullosos y demasiado pagados de si mismos, además de pendencieros, lo que por otro lado, era cierto; toda esta serie de cualidades hacía que constantemente se vieran envueltos en pleitos, siempre había soldados curiosos, pertenecientes a otras corporaciones, que intentaban comprobar si tales aseveraciones eran reales, poniendo a prueba el carácter de estos hombres. Una situación de este tipo había provocado que se les desterrara del Campo Militar y fueran reubicados en la Base Aérea de Santa Lucía, ahí fueron alojados en algunos hangares. Este tipo de construcciones que originalmente nunca fueron planeadas como alojamientos de tropa o cuarteles, permite bastante bien el paso del frío y de las corrientes de viento, así que los paracaidistas vivieron una buena temporada casi a la intemperie, en una zona que tiene fama por sus bajas temperaturas. Al estar viviendo en condiciones tan adversas se llegó a pensar que lo que el Mando deseaba era desembarazarse de ellos. Dar carpetazo al asunto y desaparecer a la unidad completa. Pero no se logró el objetivo. Se dieron algunas deserciones, pero el resto del personal aguantó el mal momento, todavía se dieron mañas para no aburrirse y de paso hacerse un poco insoportables también ahí. Así que a pesar de todo, un buen día el Alto Mando reconsideró su decisión y el 17 de enero de 1965, nuevamente fueron reembarcados de regreso al Campo Militar, el cual, por cierto, ya había sido fertilizado con la sangre de uno de ellos en un malogrado salto de exhibición un 19 de febrero. Pero ya no llegaron al mismo cómodo cuartel que habían ocupado anteriormente, ahora fueron instalados en un grupo de destartaladas barracas de madera, las cuales estaban a punto de venirse abajo, situadas frente a la Glorieta de Palomas (probable alusión a la nobleza de los futuros ocupantes) y junto a la alberca del Campo.

A pesar de que la mayoría de las construcciones estaban en condiciones deplorables y otras en condiciones un poco peor que las demás, alegremente llegaron a ocupar este lugar que a todas luces era más cómodo que de donde venían, su primera labor fue dedicarse a repararlas de inmediato para hacerlas un poco más habitables. El colmo fue que la barraca central que era la de mayor tamaño y se encontraba ubicada frente al cuadro chico, todavía recibió el impacto de un jeep que no pudo frenar en la bajada tan pronunciada que existía frente a ella, haciéndole un boquete de buen tamaño y abollando algunos gabinetes y literas, pero permitiendo que con esto se mejorara la ventilación, pues en el interior olía demasiado a perro (era alojamiento de la Compañía Escuela, la Tercera Compañía). Como no existían regaderas cercanas a las barracas, la Comandancia del Campo Militar en un gesto de muy buena voluntad les permitió que usaran las de presión, que estaban instaladas en los vestidores de la alberca, por lo que desde su llegada pudieron contar con agua fría, o helada, en todo momento y según fuera el gusto o la necesidad de cada uno, apreciándose más este pequeño detalle durante la temporada invernal en que la temperatura descendía hasta abajo del cero en las madrugadas, a la hora del primer baño. Sin afectarles mayormente todas estas vicisitudes, se readaptaron nuevamente de forma rápida a su vida en el Campo, mientras continuaban reconstruyendo poco a poco sus barracas, haciéndolas ahora ya de ladrillo y cemento, pero conservando la misma imagen con sus románticos techos de dos aguas.

Con su regreso recuperaron de inmediato el uso de su pista de entrenamiento. Esa misma en que el cuadro de tierra amarilla se encuentra dominado por la imagen de la simbólica torre de salto.

Las calzadas y veredas del Campo Militar volvieron a ser cotidianamente cruzadas por secciones o compañías completas de "Chutes" -despectivo o admirativo con que se les conoce en el Campo desde su creación- recorriendo todo con su paso veloz característico, más abierto y elástico que el paso reglamentario, acompañándolo siempre por el conteo que marcaba el paso, ejecutado en voz alta por toda la unidad y cantado de cuatro en cuatro, enfundados en su inevitable y desteñido pantalón verde olivo de diario, con el torso desnudo y siempre usando botas en lugar de calzado deportivo, diferenciándoles aun con esto del resto de las corporaciones, con las que en algunas ocasiones se cruzaban en el camino.

La rebeldía y aparente indisciplina del personal ante los oficiales, además de la mala fama creada en torno a la dureza del adiestramiento, hizo que siempre se notara la carencia de jefes y oficiales de carrera en el Batallón y aunque es una unidad en que abiertamente puede funcionar personal de todas las armas y servicios, siempre existieron huecos en todos estos niveles, obligando a que de manera natural se creara una cadena de mando en la que el personal con formación de tropa, asumiera un papel preponderante, obligando a que constantemente existieran Paracaidistas haciendo cursos de formación para ascender al grado inmediato superior en la Escuela Militar de Clases y en el Heroico Colegio Militar, donde normalmente se les preparaba en el Arma de Infantería; aunque en alguna ocasión y para poder lograr un mejor control disciplinario sobre una generación de futuros sargentos paracaidistas, la Dirección de la Escuela de Clases, de plano optó por darles el curso de formación en el Arma de Caballería, manteniéndoles bastante ocupados durante todo el año, al responsabilizarles de las monturas que les fueron asignadas, quitándose así de problemas. Todo esto, mostraba que el Batallón de Paracaidistas forjaba sus propios cuadros de clases y oficiales, llegando un momento en el que orgullosamente el mando de sus cinco compañías recaía en personal que se había creado ahí y que había ido ascendiendo por toda la escala jerárquica, desde su ingreso como meros soldados rasos, aspirantes a paracaidistas.

Pero también los paracaidistas se han distinguido por tenerle bastante respeto a los pocos jefes y oficiales que voluntariamente llegan y se incorporan para compartir con ellos el temor y el cariño al salto, además de que muchos de ellos han reunido las necesarias cualidades quijotescas y de aventura, similares a las que posee el personal que van a comandar, haciendo que prontamente se hermanen con esta Unidad de Locos, de la que difícilmente separan después sus destinos, regresando a ella cada que se presenta la oportunidad.

Una de las normas clásicas disciplinarias dentro de cualquier Ejercito, indica que toda falta menor debe ser sancionada con un arresto, y en el Batallón de Paracaidistas también se acostumbraron, pero muchas de esas pequeñas violaciones eran castigadas de inmediato, por tradición, con castigos físicos que incluían "lagartijas", sentadillas, abdominales, saltos en escuadra o la ineludible carrera, este tipo de sanciones eran aplicadas principalmente durante el Entrenamiento Básico, pero aun esto ha sido difícilmente asimilable y entendible para los pocos militares de carrera que vienen de otras armas.

La situación de indisciplina entre la tropa Paracaidista, es en realidad algo que los detractores manejan para poder justificar el hecho de no querer reconocer abiertamente el alto índice de entrenamiento en que se encuentran siempre los aerotransportados, lo que se traduce en un alto orgullo por el espíritu de cuerpo que se manifiesta en todas sus actividades. La escondida admiración y la abierta envidia que se siente por los paracaidistas, ha hecho que en muchos aspectos, todo aquel que usa un uniforme intente imitarlos, empezando por su vestimenta. El mercado negro siempre ha cotizado alto y fuerte el precio de las botas de salto y de las casacas, así como de las codiciadas chamarras de campo. Llegó a tal grado esta situación, que hasta los policías han tratado de parecérseles poniéndole alitas a cuanto escudo tienen para ponerse en el pecho, dándose el caso de que cuando la Fuerza Aérea tomó el diseño moderno, las alas antiguas conformadas por un águila parada sobre una barra de la cual pendía un triángulo tricolor, inmediatamente fue adoptada por estos, sustituyendo el triángulo por otros emblemas más acordes a sus funciones.

El colmo se dio, cuando algunos oficiales que habían pasado ocasionalmente por el Batallón en algún momento y que por alguna razón inexplicable no se habían podido integrar totalmente al mismo, trataban de formar y adiestrar a sus propios grupos de paracaidistas en las unidades a donde eran reasignados, sin lograrlo. Era difícil tratar de emular o imitar algo que ya de por sí, era difícil de describir, y por la misma razón de entender, principalmente para quienes no habían logrado convivir con ellos.

Probablemente para entenderlos y comprenderlos mejor, sería necesario ver que el nivel educacional con que llegan estos hombres a darse de alta es mucho más alto que el del promedio del soldado que forma parte de todo el ejército. La mayoría llega cuando menos con estudios secundarios, hay algunos que han terminado la preparatoria e incluso hay personal que está realizando en ese momento estudios profesionales. Siendo quizá ésta, una de las causas por la que a veces se cuestionan las situaciones disciplinarias que plantean los oficiales que se han formado en unidades convencionales.

Después, el entrenamiento básico de paracaidista va creando un sentido de unidad bastante cerrado, se va forjando el orgullo de formar parte de algo especial, la necesidad de permanecer y de ser les obliga a unirse, la situación que se les presenta en todos los lugares a donde llegan les hace sentirse diferentes. El hecho de que entre los mismos militares exista una marca especial para ellos, les obliga a mostrar que cada uno de sus actos es distinto, cumplen con todo, aceptan todo. Y entonces en cada misión que les es encomendada hacen notar que no son tan indisciplinados como se presume y que llevan el cumplimiento del deber hasta el extremo.

El Batallón después del tropezón que había ocasionado su destierro ocasional, iba poco a poco recuperando la confianza del Alto Mando al mostrar que su capacitación y motivación le permitía moverse con relativa facilidad en cualquier circunstancia, clima o terreno, y solicitando solo el apoyo en transportación, para poder desplazarse a grandes distancias, lo que inicialmente fue aprovechado en rescates y salvamentos donde además como todo buen militar mostraban un alto espíritu de sacrificio; pero faltaba que se les mostrara confianza en otro tipo de misiones para las que también se les había adiestrado.
Desgraciadamente en un país de paz, las misiones no terminan siendo las que necesariamente debe cumplir un soldado.

Justificadamente para unos e injustificadamente para otros, los paracaidistas intervienen en una operación de recuperación en Ciudad Madera, Chihuahua. En este caso, y dejando fuera de este contexto toda la ideología o filiación política que haya sido la motivante del hecho, un grupo de alzados debidamente armados, sitia y ataca a un reten militar establecido en esa Ciudad con relativo éxito, adueñándose de él, el Alto Mando al ser enterado de la situación recurre a la única unidad que cuenta en ese momento con los atributos de rapidez y movilidad necesarios, para el caso, sin titubear los paracaidistas toman el reto y son lanzados en el punto, recuperando la plaza sin mayores problemas, mostrando un alto grado de disciplina y entrega durante el operativo.

Morelia. Unos años después. Cruzan la ciudad en un desfile nocturno, impresionante aun para ellos mismos, escuchándose en las calles solo el apagado ruido sordo producido por las suelas de hule de las botas de salto al asentarse en el asfalto con el paso acompasado de un Batallón que se muestra rígidamente disciplinado.

¿La Misión? Llegar a poner el orden en una ciudad copada por estudiantes, a los cuales las fuerzas policiales no pueden controlar. Real o no real, la situación se presenta como un movimiento político que se dice pone en peligro las instituciones y al cual hay que poner fin. Sin que la situación llegue a tener mayores consecuencias, se desocupan las instalaciones tomadas de la Universidad y se entrega al gobierno una ciudad pacificada.

Para que los paracaidistas recuperaran totalmente la confianza del Alto Mando necesitaban mostrar que estaban bien dirigidos y por ende bien lidereados. El liderazgo casi siempre es ejercido de manera natural por los miembros más prominentes o capaces de un grupo, y esta Unidad no es la excepción.

Cuando el nuevo soldado, aspirante a paracaidista, llega al Batallón y se le inicia en el adiestramiento básico, primero va a temer, posteriormente a odiar y luego a admirar a su instructor conforme pasan los días, llega incluso a tener en él una fe y una confianza ciega, siguiéndole y cumpliendo las ordenes sin chistar -quizá por eso, durante todo ese tiempo, al aspirante le llaman perro-, poco a poco va entendiendo y asimilando que los conocimientos que éste le transmite, están encaminados esencialmente a conservarlo con vida, y después a que se de cuenta que solo no podrá hacer nada, siempre necesitará el apoyo y la ayuda de sus compañeros, primero con los que forma la Antigüedad y después de los que forman la Unidad. Conforme transcurre el proceso de formación se va dando cuenta y aceptando que hasta los castigos físicos que le son impuestos por el instructor y que la mayoría de las veces comparte con todos sus compañeros de generación, son con el fin de incrementar su resistencia de cuerpo y mente. El día que el futuro paracaidista llega por primera vez a la escalerilla del avión, el tipo que le dirige y le supervisa en ese momento es el mismo que le ha formado física y moralmente, ese al que reconoce como su líder.

Este líder ha ido armando y reafirmando su posición ante sus gentes todos los días, haciendo constantemente, diariamente, de día y de noche, algo que muchos otros consideran innecesario: Trabajar y convivir siempre con ellos y junto a ellos, sin importar el tiempo o el momento, bueno o malo, él esta ahí, existe para sus hombres. Pero esta situación no es solo privativa del instructor de paracaidistas, en cuanto los paracaidistas recién graduados se incorporan a sus respectivas unidades, se dan cuenta que ese mismo trabajo de conjunto lo realizan los comandantes de pelotón, sección, compañía y batallón, los que siempre actúan conjuntamente con sus hombres, consiguiendo formar una real y autentica cadena de liderazgo que se complementa y se termina fundiendo en una sola cadena de mando. Quizá esta sea la razón por la que el paracaidista sigue fiel, ciega y disciplinadamente a sus comandantes.

La situación desde el inicio se presentó difícil para mi compañero y para mi, vivíamos entre graduados, los perros de la tercera formaban parte de una de las dos antigüedades que estaban en preparación, los que eran parte de la más adelantada, los comandaba otro sargento al cual apenas veíamos, igual que a ellos. Siempre se les veía apresurados, entraban y salían corriendo, como un manojo de nervios mal atado. Empecé a conocer la presión de los servicios nocturnos o de fin de semana, los que diariamente tenían que ser cubiertos en la Primera Compañía por los dos aspirantes que ahí existíamos durante los escasos tiempos libres que nos dejaba el adiestramiento, todo esto siempre en beneficio del graduado, pues todos ellos sabían que Dios al crear el mundo, haciendo uso de su gran magnificencia, también había creado en ese momento al "Perro", principalmente para cubrir los servicios de cuartel incómodos y liberar a los veteranos de estas dolorosas y molestas obligaciones.

Todo lo que había pasado en el Pentatlón era nada comparado con lo que empecé a vivir aquí, llegue sintiéndome militar, en realidad no lo era, allá medio se hacían algunos servicios; aquí, se hacían los servicios; allá había situaciones o cosas que se veían muy difíciles de realizar, aquí, al ser de todos los días simplemente se hacían, allá jugábamos a los soldaditos, aquí era Militar. Un amigo que había pasado ya por estas filas, un día me comentó cuando le vi: -nunca digas que eres o que vienes del Pentatlón cuando estés en entrenamiento, ni se te ocurra, porque te ira como en feria- y me callé la boca, entre estos no valía para nada la presunción. Me encontraba ahora entre hombres que mostraban su valía, sintiéndose extremadamente orgullosos del uniforme que portaban.

El primer día, ya dentro del Campo Militar, cuando me iba acercando por la calzada, no se veía nada más, todo estaba rodeado y enmascarado por árboles, altos, grandes, añosos. Se alcanzaba a oír apenas el siseo producido por el suave paso del viento entre ellos y los trinos de algunos pájaros, todo lo demás era silencio, al dar la vuelta a una ligera curva que obligaba a rodear una alberca solitaria de aguas no muy claras, lo primero que distinguí al frente, fue un letrero colgado en la parte más alta de la entrada a la Glorieta de Palomas( paradójico nombre en un cuartel cuyo símbolo de los ocupantes es el águila), en el frente de la lamina que lo constituía y que daba hacia la calzada, solo humildemente decía con blancas letras sobre fondo azul marino: BATALLÓN DE PARACAIDISTAS, a un lado del mismo tenía un gran circulo enmarcando un paracaídas. Poco después descubriría que en la parte de atrás, la que era distinguible desde todos los ángulos visuales del Campo Militar dada la altura en que se encuentra situada la glorieta, existía otra frase que más humildemente rezaba: POR AQUÍ HAN PASADO LOS MEJORES HOMBRES. Estaba a punto de transformarme en Soldado de Fuerza Aérea Paracaidista.

martes, septiembre 05, 2006

LA ENTRADA


Casi al terminar con un día normal de trabajo en el que se había afanado en la preparación del programa de trabajo que debía revisar y supervisar el Capitán Jefe de Operaciones, para poderlo enviar antes del fin de mes a la Secretaría y en el que se plasmaban todas las actividades a realizar durante los treinta días siguientes por el Batallón de Fusileros Paracaidistas, escuchó un toque de corneta sorpresivo y al cual no estaba acostumbrado, en los primeros momentos se preguntó que era o que significaba tratando de ubicarlo e identificarlo en su mente, pero cuando vio salir a algunos de sus compañeros corriendo, entendió prontamente lo que pasaba. Ese extraño toque raramente escuchado, les estaba colocando en situación de alerta.

Sin encasquetarse la gorra de cuartel salió a toda carrera de la oficina, cruzando velozmente por entre algunas barracas y el cuadro chico, viendo como ya frente a la comandancia de cada compañía se empezaban a formar las unidades. Aun cuando estaba comisionado en la Jefatura de Operaciones del Batallón y esto le permitía algunas licencias, en estos casos debía incorporarse de inmediato a recibir órdenes en su compañía. Las órdenes de operaciones iniciales son emanadas desde la Comandancia del Batallón y de inmediato, sin que exista o se sepa aun de un destino definido, es puesto a funcionar todo el engranaje que deberá tener listo el aparato operativo para el momento en que la Unidad completa, si es necesario, sea requerida para ser movilizada y para ello es necesaria la presencia de todo el personal.

El Sargento de Día rápidamente había organizado a todo el personal y sin pasar lista contaba el total de efectivos que se encontraban formados, es la forma más rápida y eficiente de saber si ya están todos presentes, al terminar de hacerlo, volteó y se cuadró dirigiéndose al sargento primero, que se encontraba parado en el primer escalón de la entrada de la barraca que albergaba simultáneamente a la Primera Sección, a la Comandancia y al deposito de la Primera Compañía.

-¡Mi sargento! ¡Personal completo! ¡Sin novedad!

El Sargento Primero, respondió al saludo descuidadamente y se dirigió directamente al grupo en formación:

-A partir de este momento nos encontramos en situación de alerta. Se suspenden franquicias y permisos hasta nuevo aviso. Preparen mochilas completas y todo mundo a ponerse botas de salto, de inmediato pasen al depósito por su arma y la dotación normal de cartuchos. Todo el personal deberá portar la canana ya abastecida y traer el casco de acero encima. Con las armas se deberán formar pabellones en el centro de cada barraca para tenerlas a la mano en caso necesario e insisto preparen sus mochilas completas. ¿Alguna pregunta?

Hizo esta última pregunta como mero formulismo pues sabía de antemano que como en todos estos casos las preguntas salían sobrando, así que todo el personal guardó silencio.

El sargento primero usualmente no acostumbraba dirigirse al personal en formación, trasmitiendo todas sus ordenes a través del sargento de día, pero en esta ocasión, cosa desacostumbrada en su manera de ser, lo había hecho, lo cual indicaba que lo que estaba sucediendo iba en serio.

Para todos los integrantes del Batallón, Este Sargento Primero era una figura muy familiar, todos le reconocían perfectamente con su uniforme muy gastado y deslavado por el uso diario y en el cual nunca portaba absolutamente ninguna insignia o grado, notándose su rango solo por las tres cintas, ya muy desteñidas por las inclemencias del tiempo, que se veían montadas en la vieja gorra de cuartel, la cual casi no se quitaba para que no se le notara la falta de pelo, de esa gorra aparte de lo que se veía, se decía que podría salir un caldo grueso y espeso, por toda la grasa que llevaba acumulada, probablemente porque nunca había pasado por el lavadero. Contraviniendo todos los reglamentos lucía un ancho y pesado bigote, muy oscuro, capricho que le era solapado aun por el mismo General, quien también, por cierto lucía un bigote muy similar, y sus botas se veían cómodas después de tanto uso, las que por algunos detalles delataban que eran de una ministración muy antigua pues la colocación de las dos hebillas en el tobillo de las mismas era algo que ya no tenían las botas del resto del personal. Todo mundo le conocía en la Unidad porque era uno de los clases de más antigüedad y entre la tropa se le llamaba el Loco, claro que sin decírselo directa y abiertamente en su cara, más valía no correr riesgos con el. Su vida personal era un profundo secreto al cual nadie tenía acceso, haciendo aun más misteriosa la imagen de este hombre. El sargento de día se cuadró nuevamente ante él y pidió permiso a continuación para que la formación se dirigiera al depósito para sacar el armamento. Todas las armas, como era costumbre en estos casos, permanecerían desabastecidas y se cargarían solo a orden expresa de la Comandancia del Batallón.

El trabajo organizativo se generalizaba en todos los puntos del cuartel: el grupo de transmisiones preparaba las estaciones PRC de intercomunicación necesarias para mantener el enlace entre el mando y las unidades operativas; la Sección Sanitaria aprestaba sus botiquines y camillas; la Sala de Doblado entraba en una actividad febril para tener listo el equipo de salto para lanzar a todo el personal si la situación así lo ameritaba, pues aun no se tenían ordenes concretas sobre la operación a efectuar. Toda actividad a realizar fuera del perímetro de la zona de barracas había sido inmediatamente suspendida y los servicios de cuartel fueron relevados por el personal de enfermos e incapacitados que se encontraban más o menos aptos, proporcionando la Sección Sanitaria una lista de todos los que tenía registrados en esa situación. Momentos más tarde aparecieron estacionados alrededor de la glorieta los camiones Dina del Segundo Batallón de Transporte Pesado, quienes se encargarían de dar a la Unidad la movilidad necesaria, esto era una indicación clara de que sí existían muchas probabilidades de que esto no fuera un mero ejercicio táctico. Poco a poco el rompecabezas se iba armando y daba muestra de que el movimiento que se estaba realizando, ya tenía un objetivo prefijado.

Era difícil que alguno de los compañeros manifestara o describiera sus emociones cuando se presentaba una situación de este tipo, inicialmente ni siquiera se sabía si se iba o no a participar en algo. En muchas otras ocasiones se les había colocado en una situación similar y después de un tiempo prudente de espera, todo regresaba a la normalidad, resultando que solo había sido un ejercicio o que la intervención no se hacía necesaria. Por otro lado el traer puesto constantemente el casco de acero y sentir sobre los hombros la canana más pesada que de costumbre, por tener adicionados los cartuchos, hacía que se recordara constantemente que algo podía pasar, sin embargo la mayoría del personal tomaba todo esto con tranquilidad y quizá lo que más les inquietaba y alteraba era la inactividad que se generaba y el aburrimiento que se sumaba a la espera, al detenerse el desarrollo de las labores habituales.

La tarde transcurrió lentamente y cuando entraron al comedor para la cena, inevitablemente en cada mesa se empezaron a hacer comentarios, acerca de lo que se podía esperar. Todos sabían que había problemas estudiantiles en la Ciudad de México, pero también se hablaba de que existían situaciones anómalas en algunas otras partes del país, convirtiéndose todo en meras especulaciones. Algunos hablaban sobre los cuerpos de granaderos de la Ciudad, considerando que eran bastante efectivos y eficientes para disolver manifestaciones por lo que creían que la posibilidad de que se les fuera a usar como suplentes de ellos eran muy remotas; algunos otros recordaban como habían sido las salidas a Morelia y Hermosillo, en las que sin más preámbulo, solo llegó intempestivamente la orden y de inmediato la Unidad fue movilizada.

Los que se encontraban sentados en la mesa del Manigüis empezaron a bromearlo y a preguntarle si no habría metido la pata otra vez al contestar el teléfono en las oficinas de la Comandancia; y los menos olvidadizos le recordaban que por su culpa, se habían visto envueltos en el rescate de unos estudiantes del Instituto de Ciencias de Guadalajara, cuando ha principios de ese año, se habían extraviado en el Izta. Este grupo de muchachos se había atrevido a hacer una ascensión sin el equipo adecuado y sin la dirección de guías experimentados en pleno mes de febrero, como si fuera solo una simpática aventurilla estudiantil. Encontrándose ya en las alturas habían sido atrapados por una tormenta de nieve, la ventisca provocó que la falta de visibilidad, la inexperiencia y las bajas temperaturas se conjuntaran para que se extraviaran y se provocara la muerte de varios de ellos. Cuando se reportó la ausencia y se lanzó la alerta, apresuradamente se dio aviso a los grupos civiles de rescate de alta montaña que inmediatamente se trasladaron a la zona de los volcanes para iniciar la búsqueda.
Estando ya ubicados en la montaña y teniendo casi a la vista los cuerpos, llegó un momento en que los rescatistas se vieron temerosos e impotentes para cruzar una peligrosa zona de grietas cubiertas de nieve reblandecida, efecto muy común en esa época del año, lo que les impedía acercarse y ponía en riesgo sus vidas. Dudando aun si continuar o no, se detuvieron en el desarrollo de la operación, sentándose a deliberar y analizar las diferentes posibilidades para seguir adelante. Terminaron dándose cuenta que tenían un buen problema enfrente, entre ellos se encontraba lo más granado del alpinismo nacional y al declararse inutilizados para seguir adelante, a alguno de ellos se le ocurrió que había que solicitar la ayuda de gente un poco más especializada en este aspecto. Después de analizar concienzudamente a quienes debían recurrir terminaron reconociendo que solo existía un grupo altamente capacitado que les podía ayudar y ese grupo solo podía ser el conformado por los paracaidistas, pues su preparación como montañistas era bien reconocida y solo ellos se podían hacer cargo de la situación, así que sin darle ya más rodeos al asunto, inmediatamente bajaron algunos de ellos a una población cercana y desde ahí después de algunos esfuerzos, lograron comunicarse telefónicamente a la Comandancia del Batallón.

Ese día, cuando sonó el teléfono, el Manigúis se encontraba de servicio en la oficina, y al contestar, después de escuchar pacientemente todo lo relacionado con lo que sucedía, les indicó e informó que solo se podía acudir en su ayuda sí la orden era girada directamente por el Estado Mayor de la Fuerza Aérea, a preguntas concretas que le hicieron, se le hizo fácil darles todos los pormenores para solucionar el asunto, incluso cortésmente les indicó con quien debían hablar y todavía les proporcionó los números telefónicos necesarios para que lo hicieran rápidamente y no perdieran más tiempo, a continuación colgó el auricular tranquilamente y se fue a sentar continuando con su trabajo como si no hubiera pasado nada. No habían transcurrido ni cinco minutos después de la primera llamada, cuando el teléfono sonó nuevamente, en esta ocasión ya era uno de los jefes del Estado Mayor de la Fuerza Aérea quien se encontraba al otro lado de la línea y estaba pidiendo hablar directa e inmediatamente con el Comandante del Batallón. En cuanto el General Hernández Toledo tomó el auricular y escuchó la voz en el otro extremo se notó su tensión, contestando con monosílabos a las indicaciones que evidentemente se le estaban dando. Todo esto sucedía pasado ya el medio día y esa tarde como sucedía invariablemente una vez a la semana, toda la gente de la Unidad se encontraba gozando de franquicia, por lo que cuando se dio el toque de alarma solo se reunió al poco personal que se encontraba repartido en todo el cuartel holgazaneando o preparándose para salir en algunas de las barracas o a lo mejor jugando en las canchas deportivas. Cuando se formó el pequeño bloque de aproximadamente treinta gentes frente al edificio de la Guardia en Prevención, El General personalmente dio las ordenes e indicaciones pertinentes para formar una patrulla y dirigirse a los volcanes para realizar el rescate de forma urgente. Inevitablemente iba a ser incorporado el Manigüis a esa patrulla después de un pequeño comentario del Comandante: ¡Pa´que se te quite lo pendejo y andes dando información a lo tarugo!

Después de recibir las instrucciones del Comandante y de equiparse con todos los arreos de alta montaña, el grupo salió en el inevitable camión Dina que ya les estaba esperando, dirigiéndose al Paso de Cortés para realizar la operación, a partir de ahí, el ascenso se continuó a pie, llegando finalmente a reunirse con los rescatistas que se encontraban en la zona de desastre. En este punto se dieron cuenta que los cuerpos de los muchachos extraviados se encontraban tristemente, demasiado cerca de los refugios. El mal tiempo les había jugado una muy mala pasada.
El Comandante de la patrulla, un capitán de transmisiones recién llegado y por cierto, sin ninguna experiencia en montañismo, platicó un poco con los montañistas que ya les esperaban impacientes, le enteraron de las dificultades encontradas, mostrándole además el panorama, que no se veía muy halagador. El capitán de inmediato y sin pensarlo mucho se apoyó en la experiencia de dos sargentos y se inició el trabajo. Sacaron algunas cuerdas, con una de ellas se ató a uno, improvisándosele un arnés, el otro extremo fue atado a otro paracaidista que serviría de poste-ancla e iría dándole cuerda, en tanto que un tercero se dio una vuelta con la misma en la cintura, sirviendo de control y también de ancla auxiliar, estos dos se sentaron en el piso, apoyándose y frenándose con los pies, mientras otros dos se mantenían cerca de ellos, previendo cualquier eventualidad. El equipo de rescate estaba listo.
El primer hombre empezó a gatear lentamente sobre la nieve floja, midiendo constantemente la profundidad con el piolet, así hasta que alcanzó el primer cuerpo. En cuanto lo hizo entraron dos hombres más tras de él, con la camilla siguiendo el sendero marcado, salieron regresando sobre sus pasos y entregaron el cadáver a los rescatistas. Así se continuó realizando esa serie de maniobras, sacando poco a poco los cuerpos de las victimas. Hasta que finalmente la operación de rescate se completó.
Pero… Si, el pero fue que todos los honores se los habían terminado llevado los seudorescatistas que aparecieron en las fotografías de las primeras planas en todos los diarios del país al día siguiente, viéndoseles sacrificadamente con las camillas en mano cargando a los jóvenes muertos. Esto era lo único que habían hecho, aparte de ubicar los cuerpos y mostrárselos a los paracaidistas para después recibirlos conforme éstos se los iban entregando uno a uno en las orillas de la zona de peligro, después de que a ellos les había dado miedo entrar.

-Si güey, pero gracias a los pendejos que te invitaron, te fuiste franco tres días, cuando regresamos- respondió el Manigüis.
-¡Pedazo de guey! ¡Fueron pocos! ¡Merecía más después de tenerte cerca y soportarte todo el mendigo tiempo que estuvimos arriba en el rescate!- le contestó riendo el otro.
-Y además te quedaste esperando el pinche reconocimiento y el homenaje que te habían prometido los de Guadalajara- comentó otro de los comensales.
-Lo bueno fue que me senté, para que no me cansara la espera- argumentó El Manigüis con su buen humor acostumbrado.
-Si cabrón, pero estabas bien emocionado, porque te iban a hacer un homenaje nacional.
-¿Qué, y ese cuando es?- preguntó un despistado de la misma mesa.

Todos soltaron la carcajada ante esta pregunta.

Las pláticas insulsas menudeaban cuando el personal estaba en situación de espera, principalmente porque se debían mantener agrupados, propiciándose más la comunicación entre todos.

El soldado salio del comedor, se levantó el cuello de la chamarra y metió las manos en los bolsillos del pantalón para soportar un poco el fresco de la noche, le estorbaba la funda metálica del marrazo y la empujó hacia atrás con el brazo, escuchó que me llamaban y volteó, viendo que se acercaba el Subteniente Reina, uno de los oficiales más jóvenes, se habían convertido en buenos amigos a través del tiempo. Se detuve un momento hasta que éste le dio alcance, continuaron caminando despacio, dirigiéndose al casino.

-¿Cómo la ves guey?

La intimidad entre el oficial y el soldado se había dado de forma natural, les acercaba la edad, pues ambos apenas rebasaban la adolescencia y desde luego les envolvía el mágico cinismo y familiaridad existente entre las tropas aerotransportadas.

-Nada, lo de costumbre, esperar
-En la mañana cuando venía para el cuartel, empezó a comentarle, los pinches estudiantes detuvieron el camión donde venía.
-¿Y que pasó?
-Nada, pensé que nos iban a bajar, pero no, solo subieron a pedir dinero para apoyar el movimiento.
-¿Venías uniformado?
-Si, pero ni me pelaron.
-Menos mal.
-Al pobre chofer si lo chingaron, le quitaron todo lo del cajón.
-Lo bueno es que era temprano, así que no ha de haber sido mucho.
-¿Crees que nos toque aquí?
-Quien sabe, solo vi a Toledo muy serio en su escritorio, hoy no tenía la puerta de su oficina cerrada.

Olvidando casi el tema del encierro, llegaron al casino, ahí se les reunió Monreal, el otro Teniente que hacia equipo con ellos.

-Parece que nos toca otra vez escribir historia.

Giró el rostro para ver al oficial y le contestó:

-¿Escribir historia mi teniente? No me hagas reír. El soldado hace la historia, para que otros la escriban a su conveniencia. Dime, tú que pasaste por las aulas del Colegio Militar, que estudiaste la historia de la guerra, platícame cuando un soldado te ha relatado la historia, en que momento el soldado te ha hablado de estrategia o de logística, aun cuando es el que más sufre las consecuencias. En que momento te enteraste de lo que sentía el guerrero griego que luchó en las Termópilas, o cuando hemos escuchado de las que pasó el centurión romano que sostenía a los Cesares y al Imperio, dime cuando hemos tenido en las manos el relato del Caballero Águila que chapoteaba entre los canales mientras defendía a la Gran Tenochtitlan cuando entraron los españoles. Andas mal mi teniente, los soldados no escribimos la historia.
-Puedes tener razón, pero nosotros finalmente somos los que le damos el sesgo a todo, nosotros la hacemos.
-Estoy y no estoy de acuerdo, si hoy se nos hace intervenir en algo, haremos solamente lo que tenemos la obligación de hacer. Cumpliremos y listo.
-Pues cumplir, es ya hacer historia.
-Te insisto, lo acepto y no lo acepto, te insisto, en ningún momento. Mira, salvo por los relatos medio novelados de algunos de esos soldados que terminan no siendo tan anónimos y que tampoco son tan ignorantes como la mayoría de la gente cree, nos vamos medianamente enterando de lo que realmente ha sucedido en los campos de batalla. Pero te insisto, ellos no están escribiendo la historia.
-¿Qué has leído?
-¡Puta! ¿Qué he leído? Mira vamos a las simplezas nuestras. Me he metido a leer toda la historia o mejor dicho, lo que algunos de los que no se si llamar soldados, han escrito sobre la Revolución Mexicana, considera que las razones ideológicas se contraponen, pero he tratado de entender la razón y la sinrazón de una lucha entre hermanos, en la cual se refleja el sentimiento de los hombres defendiendo sus ideas o sus ideales, las que se fueron conformando en nuestro suelo a través del tiempo, generadas por el hambre y las necesidades propiciadas por el avasallamiento, y que en el momento en que llegaron al enfrentamiento se fueron desviando y degenerando, dirigiéndose ahora a llenar la ambición de unos pocos, en ese momento la tropa, el soldado, el de abajo, solo formaba parte de una facción, la cual era dirigida por el convenenciero en turno.
-¡Estas atacando a nuestros héroes!
-¡No! No la jodas que ni he mencionado nombres. Tu ya estas imaginando hacia donde voy, y te adelantas.

Los tres soltaron la carcajada, aflojando un poco el momento.

-Esta bien cabrón, sigue.
-Mira, los que se levantan en los pueblos, los de huarache, los vestidos de manta, esos, a esos solo les lleva la necesidad, sus ideales son simples, formados esencialmente, te insisto, por el hambre y la necesidad. Se adhieren a los ideales manifestados por Madero, que se empiezan a manifestar después de germinar en un suelo difícil. Pero Madero falla y cuando llega al gobierno le da largas a las promesas hechas, es por eso quizá que Zapata con la idea más importante les da la razón de luchar, pelean por la tierra, por la tierra que ellos sienten que les va a alimentar.
-Sí, en eso tienes razón, ¿Pero que carajos tiene que ver con que si escriben o no la historia?
-Volvemos al inicio, ellos hacen la historia, los granitos se van acumulando, al juntarse hacen la historia, ellos pelearan en muchas grandes batallas, van a derramar su sangre, van a entregar sus vidas, pero no van a escribir la historia, simplemente la hacen. Pero finalmente los que vencen y que aparentemente convencen, son los nuevos lideres que llegan al poder, ellos son los que escribirán la historia. Y solo hasta que a alguien se le ocurre compendiar todo lo hecho, o escrito por afuerita es que aparece eso que ahora se llama la Novela de la Revolución Mexicana, es en esa parte cuando realmente la historia es escrita, pero....
-¿ya entramos con los peros?
-Si, mira el pero más grande es que esa parte de la historia, es la que no llega al pueblo, es la que no se estudia en los libros oficiales, a esa puedes tener acceso solo si tienes la curiosidad de llegar. ¿O me dirás que cuando viste la Historia de la Guerra, te dijeron que leyeras a alguno de ellos?, sinceramente no lo creo, no creo que nunca se te haya dado esa recomendación en un salón de clases. Incluso hasta cuando pasas en la escuela por la historia de la literatura, solo te llevan y te obligan a leer a los llamados grandes clásicos, pero tus grandes clásicos, los clásicos de tu país, los que te relatan los dolores y las inquietudes de tu pueblo, esos, siguen siendo ignorados, siguen guardados en el cajón, y el día que a algún maestro se le ocurre mencionarlos, entra la gran inquisición y el pobre maestro es casi quemado en leña verde.
-Tienes razón, me vas chingando.
-¿Dime entonces en que momento el soldado escribe la historia? Y lo curioso es que ciertamente el soldado es quien la hace, te darás cuenta en el futuro que, en algún momento podemos ser casi enjuiciados, pero en ese momento no nos llamaran a declarar a los soldados, se dirigirán a los grandes jefes, a nuestro jefes y te aclaro que no te lo digo porque tenga demasiadas ganas de ser juzgado, al contrario, sino porque junto con el Jefe, la Unidad completa va a ser puesta en el banquillo de los acusados, recuerda que ya medio nos pasó con la situación de Morelia. Ahora no sabemos a donde nos dirigimos, pero jura que si salimos, vamos a algo grande, y nos va a hacer daño, porque aparte tenemos el síndrome del paracaidista.
-¿El síndrome del paracaidista? A que te refieres en concreto.
-Si, mira es algo que de algún modo tu sabes, porque conoces sobre operaciones aerotransportadas, llamadas así, más por los hombres que intervienen en ellas, que por la forma en que se realizan. En todas ellas, si observas, el paracaidista carga con una especie de maldición. Siempre pierde. De una u otra forma, siempre pierde.
-No la chingues, me estas diciendo que estamos en una Unidad de perdedores.
-De alguna manera si, porque hay mil formas de perder. Primero analicemos un detalle, el paracaidista es considerado en todos los ejércitos como un gran soldado, es un soldado de elite, pero sus ventajas se convierten en desventajas. Te voy a poner una serie de ejemplos.
Cuando los americanos o los aliados, llámales como quieras, llegan a Italia, inician un avance que es casi incontenible, pero todo esto se ve frenado cuando se encuentran frente a Montecasino, ahí se encuentran atrincherados los fallmisjager, los paracaidistas alemanes, que les empiezan a hacer la vida de cuadritos a los pobres G.I. Se da una lucha despiadada y los alemanes se sostienen con un valor irrefutable, aquí viene el detalle escrito en la historia por los vencedores. Y tómalo en cuenta porque a pesar de que ya desde entonces a los paracaidistas se les considera casi unos carniceros, son carniceros que cuidan la cultura y el saber del ser humano, muy a pesar de las ordenes de sus lideres, ellos no se encuentran atrincherados en el monasterio, están en las faldas del monte, desde ahí pelean, desde ahí hacen su guerra y desde ahí se defienden. El enemigo cuando se da cuenta de su impotencia para vencerlos, ataca abiertamente la construcción, y con un bombardeo formidable el Monasterio de Montecasino es destruido despiadadamente, los paracaidistas alemanes aguantan el golpe y siguen pelando ahora dentro de las ruinas, finalmente son vencidos, aunque en realidad lo que les vence es la falta de apoyo, ya no hay quien les abastezca y les ayude. Y entonces todavía se les echa la culpa de la destrucción de una de las mayores joyas de la cultura del hombre. ¿A que te suena eso?

-Podíamos hablar de la dolorosa operación del Día D, pero saltémosla y vamos a Holanda. En un ataque planeado por Montgomery, se emplean tres divisiones de paracaidistas acompañados de la Brigada Polaca, se les lanza y otra vez dan muestras de un valor que no tiene parangón, otra vez esos hombres muestran su valer enfrentándose solos en una lucha que termina casi venciéndolos, ahí la Sexta División de Paracaidistas Ingleses es casi desaparecida, el síndrome de la victoria se funde con el síndrome de la derrota, el Mariscal Montgomery no llega, casi les abandona y la maldición del paracaidista se hace presente. Los paracaidistas americanos, ingleses y polacos son fatalmente golpeados. Se dice que de ahí nace la costumbre de que en la Boina que usan casi todos los paracaidistas en el mundo, se lleve un pequeño moño negro, en homenaje luctuoso al valor de sus hermanos caídos en la lucha, sin importar a que ejercito pertenezcan, sin importar la nacionalidad que tengan. Con esto los soldados paracaidistas crean una hermandad mundial en la que el lazo es el salto y la boina.

Luego te aparecen los franceses, ahí llegas al clímax del paracaidista vencedor y vencido. Es el ejemplo clásico, del uso que se le da al soldado preparado, primero se les encajona en Diem Bien Phu, ¿Recuerdas?, ahí les muestran claramente a los soldados del mundo lo que es soportar y mantener una lucha que desde el inicio se ve perdida, pero que no por eso deja de ser menos heroica, no corren, no huyen, aguantan, ahí se hermanan los paracaidistas coloniales franceses con los paracaidistas mercenarios de la Legión Extranjera y soportan hasta el último momento, luchando mientras ven caer a sus compañeros. En ese lugar a pesar de la derrota, se levantan como los grandes vencedores, son los hombres que entregan todo sin pedir ni dar cuartel, es la entrega total del paracaidista que no pregunta, solo cumple.
Después de esto son trasladados a Argelia, ahí van a hacer una guerra que parece guerra civil, aun cuando en realidad es una lucha independentista, otra vez el paracaidista entra a formar parte de manera relevante. Si dejamos a un lado la situación de pelea y nos inclinamos hacia la situación política, ahí nos encontramos a los paracaidistas rebeldes, los paracaidistas pensantes, los que no están de acuerdo en todo, pero que cumplen resignadamente con su deber, ahí finalmente te das cuenta que todas las unidades de paracaidistas son especiales, porque tienen al soldado que va mas allá del solo cumplir con el deber.
-pero decías que todo paracaidista es perdedor....
-Mira hay muchas formas de perder, se nos considera ganadores, se nos toma en cuenta en lo difícil, se nos lleva a donde otros no van, pero finalmente después de que cumples, eres ignorado o golpeado. Ahí es donde perdemos. Quizá por eso es que no somos totalmente aceptados por los mandos que no son paracaidistas, más de uno de ellos desearía comandar una unidad de este tipo, pero lo piensan dos veces cuando se dan cuenta del tipo de misiones que hay que cumplir, pero también lo piensan cuando ven la clase de personal que las conforma. Están acostumbrados al soldado agachón, y eso les duele.
-Nosotros somos los soldados nuevos, los que no tenemos aun una tradición que nos guié, como sucede con la infantería o la caballería, tú en el Colegio Militar fuiste hecho como oficial de infantería, cuando llegaste aquí aceptaste y adoptaste nuestra forma de ser. No es solo el uniforme lo que nos hace distintos, somos soldados distintos. Al paso del tiempo tu veras que seremos el punto de partida del nuevo soldado, de aquí se partirá para crear las nuevas unidades. Kennedy creo las unidades de Fuerzas Especiales tomando como base y ejemplo a las unidades de paracaidistas. En este momento el ejército mexicano se ve aplatanado, pero cuando el mando despierte, no le va a quedar otra más que permitirnos a nosotros ser la base de un nuevo ejército.
-Si, parece que en eso tienes razón.
-Mira, ahora los ojos se dirigen a los blindados, en este momento se empiezan a modernizar las unidades de caballería y se convierten en unidades nuevas, ahora son motorizadas, pero ahí no va a parar la cosa, llegará el momento en que también se den cuenta que el nuevo soldado es el de las alas, ese que primero muestra y prueba su valor saltando desde un avión, es el soldado que le muestra una total fidelidad a sus jefes, cuando les ve saltar junto con el. Pero aun así veras finalmente dos cosas, primero, nosotros no escribimos la historia y nuestra participación en lo que sea hará que el síndrome del paracaidista también este presente en nuestra Unidad. Mas de una vez veras como se enjuicia a un paracaidista, y aun cuando este no sea tan culpable, se le hará sentir todo el peso de la ley, que no de la justicia.

-Cabrón, menuda clase, pero lo peor es que así como se ven las cosas, parece que tienes razón.
-Al tiempo mi teniente, al tiempo.....

Hasta después de la cena, todo continuaba igual que al principio, solo esperando, los tres se entretenían con la platica y con la clásica coca cola enfrente, ocupando una de las pocas mesas existentes en el casino y que con mucha suerte habían conseguido, pues al estar todo el personal encerrado a esa hora de la noche en el cuartel, casi todos se dirigían a ese lugar. Finalmente salieron antes de que se realizara la última lista, dirigiéndose cada uno a su barraca a esperar el toque de silencio que se daba a las nueve de la noche. En la Primera Compañía cuando se pasó lista, solo hubo una orden que dio directamente el Capitán comandante y que llamó la atención de todos: Dormir con las botas puestas.

Aun no era medianoche, es más, ni siquiera supo a ciencia cierta en que momento le despertó el sonido del corneta de órdenes de la guardia en prevención que daba el toque de llamada de tropa. Al escuchar las primeras notas apagadas por la lejanía, abrió los ojos sintiendo que apenas unos minutos antes se había quedado dormido, impactándole el choque intenso de la luz de los focos suspendidos del techo cuando eran encendidos total e intempestivamente, sintiéndose medio desorientado. Entre los movimientos intempestivos los paracaidistas se atropellaban unos a otros al brincar de las literas para recoger las armas de los pabellones alineados en el pasillo central de la barraca. Salió corriendo a formar, colocándose el casco, la chamarra y la canana sobre la marcha. Momentos antes de dormir el sargento primero había pasado por cada uno de los tres dormitorios, ordenado que en caso de que formaran para salir, lo hicieran sin mochilas, así que estas se quedaron colocadas sobre los gabinetes de cada uno. Cuando salía corriendo, una de las primeras cosas que percibió en la quietud de la noche, fue que los motores de los camiones Dina estacionados enfrente, estaban en marcha, el ronroneo parejo indicaba que los estaban calentando.
Las unidades rápidamente se organizaron en el cuadro chico frente a la gran barraca de la Tercera Compañía. El General Hernández Toledo se encontraba ya en el centro del cuadro con el casco puesto, la barbillera del mismo, suelta y sosteniendo descuidadamente la carabina con una de las manos, algo muy típico en él. Los comandantes de compañía se reunieron con el y después de unas indicaciones rápidas, estos regresaron al frente de sus unidades, el capitán de la Primera, aprovechando la empatía que tenía con el sargento primero, giró la cabeza desde donde se encontraba, dirigiéndole la mirada, le hizo una seña apenas perceptible y este reaccionó de inmediato dando las ordenes para que toda la formación se movilizara al paso veloz hacia los transportes, mientras el comandante se les unía tomando el mismo paso de la formación. Cuando llegaron junto a los vehículos empezaron a trepar de forma un tanto desorganizada y además en demasiado tiempo considerando la premura, cruzando apenas las palabras necesarias para comunicarse entre si, esta costumbre disciplinaria se daba desde el entrenamiento para el salto, haciendo que la comunicación fuera exageradamente parca en palabras y muy fluida en señales corporales. Desde que se inició el toque de alerta del corneta, hasta el momento en que se empezaron a mover los vehículos con todo el personal a bordo, habían transcurrido alrededor de catorce minutos, esto era imperdonable, así que al día siguiente se la pasarían afinando y practicando el embarque y desembarque, se terminarían anulando las formaciones y los movimientos inútiles, hasta que lograron embarcar en solo minuto y medio.

Salieron del Campo Militar y los camiones empezaron a bajar por la solitaria calzada dirigiéndose al periférico, ya ahí, el convoy se detuvo, frente a una de las puertas de la Secretaría de la Defensa Nacional, desde su lugar en la caja del tercer vehículo, alcanzó a ver como el General bajaba de la cabina del primer camión, cruzaba corriendo la ancha banqueta y subía brincando ágilmente, a pesar de su edad y su poco exceso de peso, de tres en tres los escalones de las escaleras para continuar y cruzar también corriendo el patio-estacionamiento apenas ocupado por algunos vehículos en esas horas de la noche, hasta entrar y perderse en el interior del edificio, el hombre que estaba de guardia en la entrada, apenas había alcanzado a hacerle el saludo de rigor cuando distinguió el águila en la parte central del casco. Después de permanecer varios minutos en el interior, el comandante salió y regresó otra vez corriendo y en cuanto trepó para ocupar su lugar, el convoy reinició la marcha. Era curioso observar que nunca usaba el jeep que le correspondía por su rango, prefiriendo viajar siempre en el primero de los vehículos del convoy, igual a como lo hacían sus tropas.

Durante la espera, la fila de camiones había crecido, agregándose otros vehículos transportando personal de Policía Militar y además ahora les abrirían la marcha un par de motociclistas de la Dirección de Transito. Entraron nuevamente al periférico y los camiones tomaron ahora los carriles centrales de alta velocidad, la mayoría de los ocupantes, estiraban el cuello para ver el rumbo a seguir, especulando, e incluso algunos ya afirmando que íban rumbo al Aeropuerto, pero después de cruzar por bajo de uno de los primeros pasos a desnivel los transportes se desviaron y salieron al Paseo de la Reforma cruzando rápidamente por un costado del bosque de Chapultepec. Cuando pasaron por la Colonia Juárez algunos trasnochados veían rodar frente a ellos el convoy militar, extrañados por la hora y porque no eran muy comunes este tipo de espectáculos en la Ciudad de México. A bordo algunos paracaidistas continuaban aun especulando sobre su destino final, pero otros, la mayoría, ya preferían guardar silencio, brillándoles los ojos alertados, observando el paso rápido de las imágenes entre los toldos de lona que cubrían las cajas de los camiones de transporte militar.

Después de cruzar parte de las angostas calles que conforman el centro histórico de la Ciudad, hasta ese momento silencioso, solo y en penumbras, aparentemente, los camiones dieron vuelta para entrar por la calle de Argentina, ya desde ahí vieron que allá al frente, no llevaban la fiesta tan en paz. Una gigantesca pira se extendía casi de lado a lado de la calle, iluminando todo, jugueteando con las sombras en los vaivenes de las llamas, produciendo formas fantasmagóricas en movimiento, gracias al tamaño del camión de pasajeros que en ese momento ardía ya casi en su totalidad.

En cuanto se detuvo la marcha, se inició rápidamente el descenso sin que mediaran demasiadas ordenes de mando, pues en realidad fue el sonido metálico de las primeras portezuelas y tapas al abrirse y azotarse lo que les sirvió de aviso, agrupándose sin llegar a definir una formación por la rapidez de los movimientos, de inmediato se ordenó calar bayonetas y embrazando las armas iniciaron el desplazamiento al paso veloz rumbo a la gigantesca fogata que crepitaba frente a ellos.
Desde que brincó al piso sintió el olor acre de la gasolina quemada, percibiendo una gran humareda. Recién se iniciaba el desplazamiento cuando se dieron cuenta que en sentido contrario se veía venir, también al paso veloz, aunque más parecía una carrera abierta, muy desorganizadamente y casi en desbandada a una unidad de granaderos, quienes al darse cuenta que se acercaban los paracaidistas por el centro de la calle, abrieron su agrupamiento, pegándose a las paredes para permitirles el paso; al realizar los policías este movimiento, se alcanzó a distinguir a la turba de estudiantes que venía tras de ellos arrojándoles cuanto objeto tenían a la mano, principalmente piedras y ladrillos y alguna que otra botella. Los muchachos, al distinguir el contingente verde también frenaron su marcha, se les quedaron viendo, casi estupefactos e iniciaron de inmediato el retroceso corriendo, para ir a refugiarse en un intento de protección tras el camión que ardía casi bloqueando la calle, los paracaidistas llegaron a este punto y rebasaron este primer obstáculo sin mucha dificultad pues los extremos entre llamas y paredes no se encontraban bloqueados, en este lugar se produjo el primer choque al darse un ligero conato de resistencia por parte de los estudiantes.
Alcanzó a ver de reojo como la cadena describía un semicírculo y se dirigía a su cabeza, instintivamente levantó el arma para protegerse y la cadena se enroscó produciendo un fuerte ruido al chocar contra el metal del cañón, bajó el mosquetón casi a la altura de sus hombros dándole un jalón rápido, lo giró un poco y dio el primer golpe con la culata en el cuerpo del otro joven, éste soltó el aire y la cadena al mismo tiempo, iniciando su carrera de huida.
El choque cuerpo a cuerpo les detuvo momentáneamente, reiniciando los manifestantes su retirada en pocos minutos ahora si en desbandada, al darse cuenta que no podían detenerlos. Al pasar esta línea y ya sin obstáculos al frente se inicio en realidad la persecución, los manifestantes en su huida empezaron a disgregarse por diferentes calles, tratando de descontrolarlos, esto obligó a que el Batallón se dividiera en varias fracciones, las que no se alejaban demasiado del núcleo, pues éste se había concentrado en los grupos estudiantiles que a toda carrera se iban refugiando y estaban tratando de atrincherarse en el interior del edificio de San Ildefonso. Poco a poco todo el movimiento de los paracaidistas, apoyados por la policía militar y algunos policías metropolitanos se fue centrando en ese punto. Mientras no se estuvo tan cerca de la escuela, se había hecho notorio que la puerta aun se abría en momentos, para permitir la entrada de simpatizantes que venían huyendo, pero en cuanto los paracaidistas coparon la zona y se adueñaron de toda la calle, la puerta fue cerrada a piedra y lodo desde el interior y ya no permitieron la entrada de nadie más.

La situación parecía estar casi totalmente controlada en el exterior, salvo por algunos grupos de disidentes, que más que oponer resistencia intentaban huir por las calles adyacentes, perseguidos por una fracción de la Unidad al mando del General Hernández Toledo, dirigiéndose principalmente al zócalo y tomando hacia la calle de Madero. Pero el objetivo central era ahora tomar el edificio donde se encontraban refugiados y atrincherados la mayoría de los manifestantes que habían logrado entrar. El mando de los paracaidistas y de las tropas de apoyo que se encontraban frente a la puerta recayó sobre el Segundo comandante de la Unidad, este le pidió a su radio-operador que por medio del transmisor le pusiera en contacto con su comandante, solicito instrucciones y la respuesta que recibió fue corta y tajante: Había que abrir esa puerta, entrar y desalojar el edificio a como diera lugar. El Teniente Coronel pidió un megáfono, el cual le fue proporcionado en pocos instantes, ya haciendo uso de éste para amplificar su voz, invitó a los muchachos que se encontraban en el interior a que abrieran las puertas y desalojaran pacíficamente el edificio antes de que se emplearan otro tipo de métodos para hacerlo, los estudiantes que se encontraban situados en la azotea de la escuela, al escucharlo, respondieron a la invitación con burlas y mentadas de madre, acompañadas de algunas piedras y botellas con gasolina. Sobre la calle, en la acera del frente, pegados todos a las paredes, poco más de la mitad de la unidad esperaba pacientemente, esquivando con tranquilidad los proyectiles que les llovían desde las alturas. El teniente coronel hizo una nueva invitación, amenazando ya veladamente con tomar otro tipo de medidas, la respuesta que se obtuvo desde el interior fue similar a la anterior. Al no recibirse la respuesta esperada, el Segundo Comandante ordenó a la Compañía de Armas de Apoyo que le enviara un lanzacohetes, este tubo también conocido como bazuca llegó prontamente, el artillero que lo portaba era un soldado que ya antes había sido infante de marina y ahora era paracaidista, el comandante le dio tajantemente las instrucciones precisas, así que el hombre se situó en la acera de frente a la puerta, unió sus dos tubos para conformar el arma hincó una rodilla en tierra, sentándose casi sobre la pierna que quedaba en el piso, puso sobre su hombro el lanzacohetes y enconcho un poco la espalda para colocar el ojo sobre la mira. Aprovechando la figura amenazante del Marino, situado ya frente a la puerta, el hombre que iba al mando volvió a utilizar el megáfono para hacer una nueva invitación al desalojo pacifico, en ese momento una de las botellas lanzadas desde arriba, llena de gasolina y con la mecha de trapo encendida, se estrelló entre los pies del Teniente Coronel, éste permaneció impávido sin moverse de su lugar, agachó ligeramente la cabeza para verse los pies y a pesar de que sus botas quedaron llenas de combustible, por una razón inexplicable estas no ardieron, pero se encendió otra mecha, la de la cólera. Con este acto se estaba provocando que se diera la advertencia final. La decisión había sido tomada.

Después de contemplarse los pies empapados de gasolina, el Paracaidista se llevo nuevamente el megáfono a la boca y lanzó el ultimátum, advirtiendo ya que si a la cuenta regresiva de diez, la puerta no era abierta, ésta seria volada. Las burlas de quienes estaban dentro del edificio y de la azotea del mismo arreciaron, como si previeran o pensaran que el militar no tendría la osadía de hacerlo.

Al terminar de hablar esperó un momento y al darse cuenta que no habría respuesta positiva alguna de las gentes que ocupaban el interior, el Segundo Comandante le ordenó al artillero que se quitaran los seguros del lanzacohetes y que el ayudante introdujera el proyectil en el mismo, el Marino siguió las indicaciones y con toda tranquilidad en cuanto sintió el peso del cohete dentro del tubo sobre el hombro, se volvió a acomodar en el piso, pegó el ojo a la mira y apuntó hacía la puerta, hacia una de las hojas.

Desde arriba aun resonó un grito más fuerte que provocó grandes aplausos y alaridos de ovación entre sus compañeros:

-¡Pinche soldado analfabeta! ¡Enséñanos que ya aprendiste a contar!

La juventud culta y estudiosa eternamente becada de México, hacia gala de su educación frente a los ignorante “juanes”, en una provocación abierta.

Desde los edificios vecinos, principalmente desde la azotea de una editorial cercana algunos espectadores curiosos esperaban el desenlace, los fotógrafos de los diarios que se encontraban entre ellos, hacían funcionar constantemente sus cámaras, la imagen del paracaidista hincado con sus compañeros tras él, con todo y la penumbra de la noche, era demasiado clara.

El conteo empezó:
-¡DIEZ!

Cuando se escuchó la voz a través del megáfono, desde el interior del edificio partió nuevamente una cerrada ovación de burla, acompañada de nuevas mentadas de madre, mientras los aerotransportados esperaban expectantes.

-¡NUEVE!

La ovación burlona fue repetida desde dentro con cada nuevo número que el hombre decía, e incluso ya hasta guardaban silencio esperando el siguiente.

-¡OCHO!
-¡SIETE!

Conforme la numeración descendía la euforia en el interior, también iba bajando de tono.

-¡SEIS!
-¡CINCO!
-¡CUATRO!

Los paracaidistas continuaban enfrente, casi sin moverse, pacientemente pegados a la pared y sin proferir ningún sonido, totalmente silenciosos observando y esperando solo que el Marino cumpliera la orden cuando fuera emitida. La lluvia de proyectiles que salía de la azotea había ido poco a poco disminuyendo hasta que se había suspendido.

-¡TRES!
-¡DOS!
-¡UNO!

En el interior y en el exterior se hizo finalmente un silencio de presagio.

-¡FUEGO!

La voz había sido demasiado clara y se había escuchado sin nada que se le interpusiera. Se produjo un ligero chasquido cuando el dedo del Marino apretó el gatillo del arma, a continuación el rápido zumbar del proyectil al desplazarse acompañado de la línea luminosa que trazaba en su camino. Y después....... la explosión al impactarse éste en la puerta.

Se había hecho evidente que el pinche soldado analfabeta sí sabía contar y que también sabía tomar decisiones rápidas.

Aun no terminaban de caer las astillas de la puerta, cuando los paracaidistas a toda carrera ya se encontraban ocupando el patio de la escuela, seguidos por la policía militar, en tanto los granaderos dando muestras de un gran celo profesional lanzaban desde atrás algunas granadas lacrimógenas al interior, lo cual fue prontamente impedido por los militares que venían atrás, previendo más que nada el daño que podían provocar a los atacantes en el momento del desalojo; en tanto esto sucedía, algunos de los hombres de azul, en lugar de ir al frente, iban hacia atrás. El flamazo producido por la parte trasera del lanzacohetes al salir el proyectil, había vencido la cortina metálica y estrellado los cristales del aparador de la papelería que se encontraba frente a la Prepa, lo que fue aprovechado por los policías para hacerse de algunos de los juegos de plumas que se encontraban en exhibición.

Dentro del edificio los jóvenes manifestantes trataban de resistir y rechazar la entrada de los militares, principalmente los que estaban armados de garrotes y varillas, la situación era caótica, los paracaidistas respondían parando los golpes con las armas y devolviendo algunos con las culatas, pero lo que más intimidaba a los muchachos era el brillo de las bayonetas, a las cuales, se tenía estrictamente prohibido darles uso, pero esto ellos lo ignoraban. El desplazamiento fue rápidamente efectuado por pasillos y salones, en donde lo primero que se hacía era dirigirse a las ventanas para romper cristales y buscar una bocanada de aire fresco, reanimarse y limpiar de los pulmones un poco del gas de las bombas lacrimógenas lanzadas por los policías. En cuestión de minutos el edificio completo fue ocupado por los paracaidistas, incluso las azoteas. La gente a la que se detenía se le iba concentrando poco a poco en el patio, ya sin oponer resistencia.

La calma empezó a reinar en las calles que se habían desalojado un poco antes, en las bocacalles se fueron apostado parejas de paracaidistas, montando una guardia de protección en toda la zona. Sin que se supiera bien a bien de donde llegaban, fueron apareciendo unidades de infantería pertenecientes a la Segunda Brigada del Arma. Avanzaban sigilosamente conducidos por sus oficiales, mientras las tropas se pegaban a las paredes, en un desplazamiento apegado a todos los cánones militares y no cruzaban las esquinas hasta que sus exploradores no les daban la indicación de que todo estaba totalmente seguro al paso, los paracaidistas apostados a media calle con sus armas ya suspendidas del hombro, les observaban entre extrañados y divertidos, algunos de ellos incluso hasta sosteniendo ya un cigarrillo encendido entre los dedos, porque todo el perímetro estaba ya vacío y totalmente controlado.

Cuando se desalojaba el edificio, apareció acompañado de sus cámaras de televisión el hombre que daba diariamente las noticias nocturnas. Lo que había pasado esa noche se esparcía rápidamente y había que explotar la noticia. Todo había transcurrido demasiado rápido. Después de entregar el edificio y los detenidos a la policía y a los infantes, el Batallón de Paracaidistas se aprestaba a retirarse de la zona.

El tiempo parecía que les estaba jugando una mala pasada, era como si se les hubiera situado en una época lejana, hasta llevarlos a tener una extraña similitud con sus ancestros, los crueles, pero valientes guerreros aztecas, en esta lucha que se había dado en el centro de la misma gran ciudad, cruzando solo golpes con sus oponentes, en una lucha igual de fuerte y en la que como de costumbre habría vencedores y vencidos. Bajo sus pies se encontraban sepultadas las ruinas del centro ceremonial de la antigua metrópoli azteca, y a los nuevos guerreros, herederos de aquellos que también habían tomado similitud con las águilas, ahora se les volvía a dar la oportunidad de solo tomar solo prisioneros, igual que lo habían hecho aquellos guerreros. Siendo estos prisioneros, también igual que entonces, hermanos de su misma sangre, de su misma raza, igual que se había dado siempre en este altiplano en sus Guerras Floridas, antes de que llegaran los españoles a esta tierra. Ahora y siguiéndoles los pasos, habían entregado a sus prisioneros y aun no sabían la clase de sacrificio que harían los nuevos sacerdotes de Huitzilopoxtli con ellos. Los Guerreros Voladores solo habían peleado para eso, para hacer prisioneros.

Montados en sus transportes regresaron al cuartel, sucios, tiznados, sudados y cansados, para intentar dormir un rato más, cayendo la mayoría exhausta en los catres, aun vestidos. Y sí, aun también con las botas puestas.

Al día siguiente, en el Parte de Novedades que por escrito se rindió al Secretario de la Defensa Nacional, se le informaba que la puerta había sido volada probablemente con explosivos de aviación que se encontraban en el interior, en poder de los estudiantes. Con esta aseveración se hacía evidente que se estaba intentando no herir susceptibilidades, y a pesar de que durante todo el operativo se habían encontrado rodeados de periodistas y fotógrafos, los que en sus crónicas y con sus placas atestiguaban y relataban lo que había pasado, la Unidad negaba lo sucedido. El Paracaidista había sido incorporado al juego y también tenia que cargar con el estigma de la mentira. A partir de ese momento el nombre de su Comandante fue manchado y golpeado despiadadamente. Se había abierto el gran costal de la hediondez, metiéndoles en una situación que iba a dañar mucho la imagen del Ejercito Mexicano.